Opinión
Joan Tapia

Joan Tapia

Presidente del Comité Editorial de EL PERIÓDICO.

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Junqueras sigue, pero…

Su victoria con el 52% no despeja las incógnitas ni sobre el futuro de ERC ni sobre la gobernabilidad de España y Catalunya. Los republicanos son clave para Illa. El independentismo pierde fuerza, pero sigue condicionando España

Oriol Junqueras y Xavier Godàs, en el patio de la sede de ERC

Oriol Junqueras y Xavier Godàs, en el patio de la sede de ERC / ACN

En la República ERC fue, con Macià y Companys, el gran partido dominante: el centroizquierda catalanista y pequeño burgués. Pero en la Transición, entre el catalanismo centrista de Jordi Pujol, el PSC-Felipe y el PSUC inclusivo (ahí estaba Tardà), lo pasó mal. En 1977 Heribert Barrera, ilegal y alérgico al marxismo, tuvo que pactar con el Partit del Treball (escisión izquierdista del PSUC) para ser parlamentario. Luego, con Pujol porque le disgustaba menos que el PSOE y el PSUC.

ERC no brilló hasta que en las elecciones catalanas de 2003 fue la bisagra imprescindible para acabar con el reinado de Pujol e investir al socialista Pasqual Maragall. Pero aquello acabó mal. ¿Por el pacto con el PSC y la posterior trifulca por el Estatut? Quizás también por la incoherencia interna y la pugna entre Carod-Rovira y Puigcercós. Y en las elecciones de 2010 ERC pagó. Fue la quinta fuerza, detrás no solo de CiU y PSC sino también del PP e ICV.

Pero Puigcercós se “inventó” a Junqueras, que no era ni militante, y Junqueras en las elecciones del 2012 subió y fue la bisagra necesaria para que Mas repitiera y acelerara su conversión al independentismo. Junqueras es Junqueras. Presidente católico -a veces predica como un 'mossèn'- en un partido de tradición laica o masónica. Personalista, de verbo radical pero siempre con una ambigüedad calculada. Empujó a Puigdemont al salto al vacío del 2017, pero luego, en la práctica, admitió que los hechos son los hechos. Supo negociar con Sánchez y pactar los indultos. El independentismo volvió a ser reconocido. Y su candidato, Pere Aragonès (él sigue inhabilitado) fue elegido president tras las elecciones del 2021.

Pero el Govern con Junts se rompió, Aragonés quedó en minoría y en una decisión precipitada -dicen que Junqueras no la compartió- adelantó las elecciones y ERC perdió 13 diputados. De 33 a 20. ¿Quién debía pagar los platos rotos? Para Rovira, la vieja guardia y gran parte del Govern y de los dirigentes de ERC, el tapón era Junqueras. Pero “los renovadores” eran los que habían mandado -no siempre bien- en la Generalitat.

¿Prescindir del líder que resucitó ERC, que ha sido el político más valorado, y sustituirlo por alguien casi desconocido en una operación dirigida por Marta Rovira que quiere vivir en Suiza? Suena absurdo. Tanto más cuanto las diferencias cuestan de encontrar. Todos preferían investir a Illa porque Puigdemont solo podía ser president -si podía- con unas anticipadas. Junqueras es más mesiánico -y arbitrario- pero más de la Barcelona metrópoli y menos de la profunda. Eso sí, siempre envuelto en el escudo de la ambigüedad. Por eso Rufián.

Junqueras ha ganado con el 52%. No ha arrasado. Debe “recoser” ERC y no lo tendrá fácil porque Godàs ya dice que “el cambio es imparable”. ¿Tras perder por 10 puntos de diferencia? Suena bastante dogmático.

Pero ERC es clave para la gobernabilidad de España y Catalunya. Y que siguiera su querella interna -recordemos a Carod y Puigcercós- no ayudaría nada.

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