Opinión | Tras el 'procés'
Ernest Folch

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Editor y periodista

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Todos trabajan para el PSC

La paradoja es que Junqueras y Puigdemont lideran sus partidos pero son una rémora para dar un nuevo impulso al independentismo

Oriol Junqueras y Carles Puigdemont, en una reunión del Govern el 2 de octubre del 2017.

Oriol Junqueras y Carles Puigdemont, en una reunión del Govern el 2 de octubre del 2017. / FERRAN SENDRA

El independentismo no sabe qué hacer con sus mártires. Cuando parecía que Junqueras estaba al borde del abismo, ha logrado sobrevivir con una diferencia suficiente para rearmarse dentro del partido pero insuficiente para darle a Esquerra el aire fresco y el impulso que necesita para salir del pozo. Enfrente, Puigdemont había conseguido cruzar el Rubicón de la ratificación en su propio congreso, pero bajo la solidez de su mandato cada vez son más ruidosos los movimientos internos para volver a la antigua Convergència. Y aunque Junqueras es el que más heridas de guerra tendrá que sanar, los dos líderes quedan en una posición parecida: han logrado sobrevivir pero se han quedado sin relato. Sí, los dos tótems históricos de 2017 están todavía vivos, pero han perdido la credibilidad y la energía para dar un nuevo impulso a un movimiento que, tras las múltiples luchas intestinas, ha ido perdiendo poco a poco la centralidad y la agenda. En el horizonte inmediato se intuye una terrible paradoja: la fortaleza interna de Junqueras y Puigdemont es en realidad una rémora para el independentismo, el síntoma fatal de su incapacidad para renovarse.

En otro contexto, los dos líderes exhibirían un poderoso crédito moral, tras haber pasado por un largo exilio y una durísima prisión. Pero lo cierto es que el martirologio ya solo les alcanza para liderar su propio partido, y poco más: ni Esquerra ni Junts reconocerán jamás el liderazgo del otro, y Junqueras y Puigdemont seguirán la guerra civil que tanto los ha destruido. Incapaces de respetarse el uno al otro, el resultado de esta masacre interna es que el PSC gobierna plácidamente este ‘neooasis’ catalán casi como si tuviera mayoría absoluta. A Illa le ha bastado sentarse estoicamente en un rincón para ver caer lentamente el árbol del ‘procés’ delante de sus narices, carcomido por su grandilocuencia estéril y sus propias guerras. En el último CEO, la diferencia entre partidarios y detractores de la independencia llegaba ya a la friolera de 14 puntos (40% contra 54%). La guinda definitiva a este entierro por fascículos del independentismo es regalar al PSC la continuidad del liderazgo de Junqueras y Puigdemont, es decir, la garantía de que continuaran desgastándose mutuamente hasta el fin de los tiempos. La sensación es que, pase lo que pase, queriendo o no, todos trabajan para el PSC.

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