Opinión | Formación dividida
Pilar Rahola

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Periodista y escritora

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Junqueras, segundo 'round'

El líder republicano ha perdido la confianza de los votantes y recuperarla con él en la dirección, justamente el hombre que ha encarnado los motivos de la desconfianza, parece una empresa titánica

Oriol Junqueras y su equipo llegando a la sede de ERC en una imagen reciente.

Oriol Junqueras y su equipo llegando a la sede de ERC en una imagen reciente. / MARC PUIG / ERC

La victoria más agria es la que parece una derrota. Y Oriol Junqueras ha logrado lo que popularmente se llama una victoria pírrica, ganando en segunda vuelta con sólo el 52% de los votantes, unos escasos 3.437 votos. En la previa, una primera vuelta donde más de la mitad de la militancia no le votó, toda la plana mayor del mando fue enmendada -desde Rovira hasta Aragonès, Forcadell, etcétera-, y el partido mostró las tripas con una guerra cainita que ha dejado tres bandos ferozmente enfrentados, cuya gobernanza no vislumbra un futuro plácido. Con esta perspectiva, la tentación sería preguntarse sobre la pulsión enfermiza de la ambición política, capaz de anular el sentido crítico de un líder, pero ésta es una cuestión demasiado freudiana para interpretaciones de bolsillo. Aunque en este caso valdría la pena preguntarlo, no en vano Junqueras es el principal responsable del giro estratégico del partido que le ha llevado a cuatro monumentales derrotas electorales, y lo pertinente habría sido sencillamente dejar la política.

Pero dado que las pulsiones humanas son, como los designios divinos, inescrutables, el hecho es que Junqueras se ha mostrado impasible a sus errores, ha mantenido su ambición por encima de las derrotas, y ha conseguido volver a ser presidente de ERC. ¿A partir de ahora, qué? La pregunta aterriza en los grandes retos que el partido tendrá que enfrentar más pronto que tarde. De entrada, Junqueras ha perdido la confianza de los votantes y recuperarla con él en la dirección, justamente el hombre que ha encarnado los motivos de la desconfianza, parece una empresa titánica. Debería cambiar mucho de estrategia, mostrar giros copernicanos que no parecen imaginables y transmutarse en otra persona, y las tres necesidades no parecen del estilo del junquerismo. Imaginar que podrá volver a los grandes momentos electorales con frases grandilocuentes y pequeños arañazos a los socios socialistas es puro ilusionismo. Sus votantes ya se han sentido engañados desde 2017, y cuando un político deja de ser confiable para su electorado, no suele remontar.

 A partir de aquí y más allá de gobernar un partido quebrado, los demás retos son también inminentes. De entrada, debe decidir qué estrategia seguirá respecto a Sánchez, sobre todo ahora que Junts está a las puertas del ultimátum definitivo. Y si la ERC de antes ya parecía una muleta gratuita en el PSOE, el de ahora tendrá que decidir si empeora esa imagen o cambia radicalmente la percepción de sumisión. Sin moverse demasiado de casilla, también tendrá que decidir si entra en el gobierno de Collboni, cuestión que ya dividió severamente a la militancia, hasta el punto de tener que suspender la asamblea que debía debatir la cuestión porque perdían la votación. Pensar que ahora la ganarán, con el partido aún más dividido, vuelve a ser francamente difícil. De hecho, esta podría ser la primera derrota de la etapa Junqueras 2.0, y abriría el camino a las siguientes que puede sufrir. Y después queda la cuestión de Salvador Illa, que no se resuelve con los tirones de oreja de Junqueras diciendo que si Illa se porta mal, no tendrá turrones. Illa está utilizando la presidencia de la Generalitat para desnacionalizar Catalunya, en un proceso de erosión que nos dejará una profunda herida. No cabe duda de que la Catalunya-nación no va a salir indemne del estropicio. Y esa percepción, mayoritaria en el votante independentista, obligará a ERC a tomar un doble camino: o asumir la muleta, como hasta ahora, o entrar en posición de confrontación. Con Illa, no parece que pueda haber medias tintas, al menos para un partido independentista. Y no olvidemos que, cuando se votó la investidura de Illa, ERC ya se mostró dividida (un escaso 53%) y aún no se conocía el comportamiento del nuevo presidente. Además, una de las tres corrientes dentro de ERC es abiertamente beligerante con el pacto y hará de ello una cuestión primordial de batalla.

 Con todo sumado, no parece posible que ERC pueda ser determinante en los próximos tiempos, si no existe una catarsis interna profunda y un profundo cambio estratégico. ¿Y todo esto puede dirigirlo el hombre que es el responsable directo de todo lo que ha pasado? Junqueras llevó a ERC a la cima y después la hizo caer al infierno. Que ahora sea el hombre que debe relanzarlo parece algo extraño. Tiempo al tiempo, que hará su rúbrica.