Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
Jesús A. Núñez Villaverde
Jesús A. Núñez VillaverdeCodirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
Siria en su laberinto
Son dos los alineamientos de planetas necesarios para que la huida de Bashar al Asad suponga algo más que un cambio de caras en Damasco. Uno implica a los actores internos y el segundo a los externos
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Son dos los alineamientos de planetas necesarios para que la huida de Bashar al Asad suponga algo más que un mero cambio de caras en Damasco.
El primero de ellos, posibilitando una transición pacífica que conduzca a un verdadero cambio de régimen y a la instauración de un sistema democrático, implica a los actores internos. Durante los últimos 54 años el régimen de los Asad se ha encargado de explotar a su favor las fracturas identitarias, tanto étnicas como religiosas, presentándose como un muro de contención ante un hipotético poder suní (más del 60% de la población) que pudiera aplastar a las minorías. Su ejercicio del poder, mezclando clientelismo y represión, ha derivado en la inexistencia de partidos políticos representativos, medios de comunicación independientes y una sociedad civil autónoma.
Esos déficits son ahora más acuciantes, cuando se trata de conjugar los diferentes intereses en juego sin dejarse llevar por el deseo de venganza y por la tentación de volver a recurrir a las armas para imponer un determinado modelo. Nada está escrito todavía y conviene no dejarse arrastrar por los ejemplos negativos de Túnez, Egipto, Yemen y Libia -en los que la esperanza de la “primavera” quedó aplastada por el golpismo y la involución hacia nuevas formas de dictadura. Pero es obligado reconocer la dificultad del empeño cuando se repasa la diversidad de posiciones y la relación de fuerzas entre los actores más significativos.
Por una parte, hay que hacer un ejercicio de optimismo para convencerse de que Abu Mohamed al Golani, líder de Hayat Tahrir al Sham, se ha reconvertido en un demócrata, sensible al resto de identidades sirias y ajeno al yihadismo que practicaba en su etapa de Al Qaeda. Por otra, no resulta fácil imaginar cómo puede encajar armoniosamente su visión sobre el futuro de Siria con la que defienden los representantes kurdos de las Fuerzas Democráticas de Siria, o las que plantean las decenas de grupos armados integrados en el Ejército Nacional Sirio. Mientras que la experiencia de gestión política de todos ellos es escasa, la del uso de la fuerza (contra el régimen y en ocasiones entre ellos) es mucho mayor. Y todavía hay que añadir a la Coalición Nacional Siria, plataforma localizada en Turquía, que ha acogido en estos últimos años a los disidentes contra Al Asad, igualmente diversa en su composición y con figuras escasamente conocidas en el interior del país.
Poner en marcha, en esas condiciones, un proceso político como el que ahora va a liderar Mohamed Bashir (designado por al Golani) es un ejercicio de una complejidad extraordinaria. Y la dificultad aumenta exponencialmente si se añade la necesidad de un segundo alineamiento estelar entre los actores externos con intereses en Siria. Es muy visible, por una parte, la injerencia de Rusia e Irán en defensa del régimen de Al Asad mientras les ha sido útil. Ahora, tras su pérdida, cabe suponer que Moscú buscará denodadamente asegurar el uso de la base naval de Tartus (la única de la que dispone en el Mediterráneo) y la base aérea de Hememim (crecientemente importante para proyectar su poder hacia el Sahel). Del mismo modo, Teherán procurará preservar su derecho de paso hacia el Líbano, para seguir sosteniendo a Hizbulá como uno de sus principales peones regionales frente a la amenaza de Israel.
Tampoco es previsible que Turquía deje de mover sus fichas, interesada en evitar que los kurdos puedan consolidar su control territorial en las zonas próximas a la frontera común y en forzar el retorno de muchos de los 3,5 millones de refugiados sirios, que ya le suponen una seria carga económica y política. En ese punto también hay que contar con Estados Unidos, que lleva años apoyando a las Fuerzas Democráticas Sirias como punta de lanza en el castigo a los grupos yihadistas que se mueven en la mitad oriental del país; sin que quede claro si Trump decidirá finalmente retirar a los alrededor de 900 efectivos militares allí desplegados.
Y mientras unos y otros tantean el terreno, Israel ya se ha adelantado, llevando a cabo centenares de ataques aéreos e incursiones terrestres en una nueva violación del derecho internacional. Es su manera de apostar por la democracia siria.
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