Periodista
Agnès Marquès
Agnès MarquèsPeriodista
El pacto de la carbonara
Podríamos organizarnos para pedir que nos dejen de tomar el pelo con el desayuno, pues en algunos sitios ya sale a precio de menú
Tengo una especial debilidad por Italia y muy particularmente por Roma. No hay mejor ciudad para vivir, en clara competencia con Barcelona, si es que aún se puede vivir en las ciudades. Para otra vida me pido nacer mujer romana de las elegantes, de esas que gastan el lujo silencioso, que priorizan la discreción, la calidad y la sofisticación por encima de la ostentación o el logotipo visible: vaya, que tienen pasta por un tubo y no lo van demostrando, se van de restaurante de barrio y se comen una carbonara de muerte con una amiga y una copa de vino 'rosso'. Y de las que, a pesar del dinero, se enrolarían en una campaña como la que ha sacudido la ciudad: el pacto de la carbonara. Al parecer, la tentación del turismo -nada que no sepamos- está llevando a muchos restaurantes a especular con el plato de pasta, queso, huevo, guanciale y pimienta negra y es difícil encontrarlo ya por debajo de los doce euros en la ciudad. Me encantaría salir en marcha por la Via del Corso despotricando –“ma che cosa fai?!”– exigiendo un pacto de contención de precios, como ha hecho la asociación de consumidores italiana.
Bueno, al no reunir ninguno de los requisitos anteriores vamos a dejar lo de la carbonara para los romanos mientras aquí podríamos organizarnos para pedir que nos dejen de tomar el pelo con el desayuno, pues en algunos sitios ya sale a precio de menú. Ojo, si no pides el zumo de naranja, en ese caso ya tiras de galletas mojadas en leche en casa durante el resto de la semana. A la espera de mi próxima vida romana, el desayuno es mi momento especial. Primero por el café sin el cual se me tuerce el humor, y segundo por el ritual: la cafetería, el ruido y olor que emana la máquina, los buenos días, el periódico, el bocadillo o el cruasán. Es una pausa ritualizada para coger fuerzas para el resto del día, y el primer y mejor momento de socialización para muchos. Bien visto, el desayuno debería estar financiado, porque después de un buen desayuno uno encara el día con más simpatía.
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