Opinión | Gárgolas
Josep Maria Fonalleras
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'¡Hay gente pa'tó!'

La película de Albert Serra no es neutral, objetiva, sino, en mi opinión, un canto al toreo

Albert Serra lleva los toros a Girona

La Concha de Oro agiganta a Albert Serra

El director Albert Serra, esta semana en Madrid.

El director Albert Serra, esta semana en Madrid. / / ALBA VIGARAY

Al hablar de las pasiones, agrupadas en contrarios, Descartes afirmaba que había una que era primordial, primigenia. De hecho, no la calificaba como tal, sino que se trataba de una condición previa para la existencia de todo lo demás. La 'maravilla', es decir, la contemplación inicial de las cosas que desemboca en un interés que está en el origen de las pasiones. No tiene contrario, la maravilla (la curiosidad), porque la indiferencia (que sería su antítesis) implica el rechazo a cualquier pasión, la disolución de la combinatoria pasional.

Albert Serra, el cineasta, en cierto modo rehace el tratado de Descartes e ilumina sus obras a partir de un concepto que se le parece: la inocencia. Siempre lo ha mencionado. Siempre ha dicho que rodaba las películas de ficción como si fueran documentales (a la espera de lo que puede suceder inesperadamente, más allá del guión) y ahora ha rodado un documental como si fuera ficción. Para mantener esa primera inocencia, que se renueva “con estrategias cada vez más complicadas”, Serra ha construido una historia a partir de la peripecia de un torero, el peruano Andrés Roca Rey, con otra de sus premisas artísticas: “la cámara acaba viendo cosas invisibles a los ojos humanos”.

Después de ganar la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián, 'Tardes de soledad' se estrenó en Temporada Alta. Serra aseguró que se iniciaba, con su película, una nueva forma de hacer documentales. Me temo que exagera, como es habitual, pero lo cierto es que estas tardes del torero en solitario (el equipo de Serra rodó durante tres años, con una prodigiosa fotografía de Antoni Tort y un inquietante diseño de sonido de Jordi Ribas, catorce corridas y cuarenta y dos muertes de toros) impresionan. Por varios motivos. Por los momentos de crueldad (“que me gustan mucho”, dice Serra); por la dualidad entre el torero-niño que sale asustado de la plaza o que llega a ella con miedo y el torero matador que se deshace del rostro infantil y lo convierte en el de un psicópata; por la combinación de trascendencia y banalidad, de gravedad y estulticia.

Quizás el resumen más acertado es el que hizo Cúchares, el del 'arte de Cúchares', en el siglo XIX: “La suerte más difícil del toreo es salvar la vida”. La tauromaquia, pues, para el cineasta de Banyoles, "es un canto a la vida que necesita de la muerte". No es una película neutral, objetiva, sino, en mi opinión, un canto al toreo, en la misma línea de lo que dijo José Bergamín: “Es un puro juego inteligible: cuando se está toreando no se está engañando al toro; se le está desengañando”. O de lo que escribió Ortega y Gasset: "Es el triunfo de la razón". Y lo decían de verdad estos intelectuales, convencidos. Hablando de Ortega, dicen que cuando Rafael El Gallo compartió mesa con él, al irse del restaurante preguntó a José María de Cossío, académico y autor de la famosa enciclopedia taurina, quién era ese señor tan sabio. Cossío le dijo que se trataba del “mayor filósofo de España”. Y el torero contestó. “¡Hay gente pa'tó!”. Pues eso mismo, Serra.

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