Miguel Ángel Rodríguez: el fin y los medios

La estupidez es producto de la voluntad. Lo escribió Aldous Huxley en 'El fin y los medios'. El libro defiende que lo primero no puede justificar lo segundo porque los medios empleados siempre determinarán la naturaleza de los fines obtenidos. Más actual imposible. Tanto como aquel mundo feliz que el pensador aventuró críticamente y hacia el que estamos caminando con determinación.

Leídas hoy, las reflexiones y distopías de Huxley se antojan profecías cumplidas. Especialmente, observando los movimientos de Donald Trump para su próxima presidencia y ante los cuales no mostrar preocupación ya parece irresponsable. Sobre todo cuando los gurús de las grandes tecnológicas pugnan por ganarse su simpatía para no ser menos que Elon Musk, que ya la disfruta. De su mano podemos estar progresando adecuadamente hacia gobiernos aparentemente democráticos votados desde una falsa libertad. La que desfigura la decisión personal, en la medida que obedece al resultado de “aplicar depuradas técnicas de sugestión colectiva fruto de una eficaz propaganda tecnificada”. De aquel lejano pronóstico al algoritmo actual. Por si fuera poco, la defensa de esa supuesta libertad individual se acompaña de la reducción del contrario a enemigo directo. Sin matices. Método que cogió velocidad cuando Trump se instaló por primera vez en la Casa Blanca y su estratega, Steve Bannon, se vino a Europa para hacer trabajo de zapa. A la vista están los resultados en el auge continental de la extrema derecha.

Por instrucción, deducción o intuición, aquellos métodos más o menos depurados han encontrado en la Comunidad de Madrid una exitosa plataforma de propagación. Su hacedor, Miguel Ángel Rodríguez Bajón (Valladolid, 21 de enero de 1964).

En otro giro del enrevesado guion que contribuyó a definir, MAR ha quedado expuesto públicamente al ser citado por la justicia. Su testimonio lo pide la defensa del Fiscal General del Estado, en tanto que presunto artífice de haber reconvertido el caso de Alberto González Amador en la investigación judicial sin precedentes al titular de ministerio público. Los correos revelados por la aceptación de dos delitos fiscales por parte de la pareja de Isabel Díaz Ayuso y su buscada manipulación informativa serían los medios de los que servirse para alcanzar el fin: acabar con la presidencia de Pedro Sánchez. De momento, Juan Lobato ya ha depositado su cabeza en la peana de las víctimas colaterales.

Desde que empezó colaborando con José María Aznar en Castilla y León, allá por los años ochenta, Rodríguez no ha dejado indiferente a nadie que le haya tratado. Quien le ha sufrido ni le olvida ni le perdona. Tanto por su capacidad como por sus métodos. Fue allí donde empezó a mostrar maneras expeditivas y manejos turbios con los que encumbró al después presidente del PP hasta llevarle a la Moncloa. Escenificar pragmatismo para aparentar el centrismo que nunca fue, antes de la mayoría absoluta, le sacrificó como Secretario de Estado de Comunicación y portavoz. Se replegó a cuarteles multinacionales hasta que vio en la presidenta de Madrid una segunda oportunidad. Pensó que, hoy como ayer, el fin justifica los medios y demostró que lo que piensa determina lo que es y hace. Y lo que hace y es determina lo que piensa.    

Suscríbete para seguir leyendo