Opinión | Verdiales

Inés Martín Rodrigo

Inés Martín Rodrigo

Periodista y escritora

Guadalajara (México)

Murmure quien murmurare

Más que un deber diario, la alegría es un derecho, y compartirla es, tomando prestadas las palabras de Teresa de Jesús, "una grande y determinada determinación"

Teresa de Jesús.

Teresa de Jesús. / EPE

Llevo unos días repitiéndome, recordando, como un mantra, una suerte de plegaria dirigida a mí misma, sólo de mí depende que quede desatendida, esa frase atribuida a Kafka y que, de tanto repetirla, se ha convertido en propiedad común, de todos aquellos para los que significa algo, quieren que tenga sentido: "La alegría es mi deber diario".

Me lo digo, constantemente, en bajito, únicamente yo lo puedo escuchar, pues primero he de convencerme de ello para luego intentar contagiar esa convicción. Pero no es fácil, hacerme caso, escucharme, en momentos, estos, en los que la congoja y el abatimiento se han apoderado de mí, ayudados por un cansancio ya casi crónico que tiñe del negro más oscuro, nada de azul, cada pensamiento.

Poblar el instante presente, estar, cada vez, donde se está. Lo sé, soy consciente, es eso lo que tengo que hacer para aspirar a la alegría, mi deber diario. Sentirme afortunada, dejarme embargar, y embriagar, por el gozo de vivir de quienes, sin tener nada, conservan la sonrisa, no la han perdido.

Lo pienso, aguantando el peso de la culpabilidad, mientras paseo por la plaza que rodea a la Catedral de Guadalajara (Jalisco). Estoy en México, mi primera vez, aquí. Doy unos pasos, en ese lugar sagrado, y se acercan dos niños, pequeños, unos pesos para comer. Imagino su futuro, en esas calles, en su casa, mañana, pasado, dentro de unos días, cuando yo ya no esté, cuando yo sea otra y ellos sigan siendo, porque no pueden aspirar a dejar de ser.

"Una grande y determinada determinación de no parar hasta llegar, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabaje lo que trabajare, murmure quien murmurare, siquiera me muera en el camino, siquiera se hunda el mundo". Son palabras de Teresa de Jesús. Las leo sentada en una terraza del centro histórico de esa ciudad mexicana, en la que tiene lugar la Feria Internacional del Libro (FIL). Por eso estoy aquí, poblando este instante presente.

Soy escritora. Eso también me lo tengo que repetir, recordar, de vez en cuando, en bajito, no para convencerme, se trata de no sufrir, espantar los miedos y las inseguridades, tan propios, dependientes de lo ajeno. A esas frases de la mística llego a través de las de otra autora, Carmen Martín Gaite.

He vuelto a ella, a sus títulos, maravillosos, Lo raro es vivir, Irse de casa, Retahílas, Nubosidad variable, Entre visillos, quién pudiera nombrar así, porque la hemos celebrado, en la FIL, y lo seguiremos haciendo, el año que viene, fecha en la que se celebra el centenario de su nacimiento. Carmiña (me permito la osadía del tuteo porque el roce literario hace el cariño) se refirió a Teresa, la citó, en el discurso que pronunció cuando recibió, en 1988, junto a José Ángel Valente, el entonces Premio Príncipe de Asturias de las Letras.

Quería explicar en qué consiste la escritura, sus peculiaridades, lo que implica un oficio donde nada, ni siquiera las flores, crece por generación espontánea. "La tarea del escritor es una aventura solitaria y conlleva todos los titubeos, incertidumbres y sorpresas propios de cualquier aventura emprendida con entusiasmo", dijo aquella tarde, en Oviedo. Así es, Carmiña, la vida.

Unos días después, sentada en la misma terraza de esa plaza mexicana, bajo un sol abrasador, veraniego, de principios de diciembre, acompañada de otras autoras, me di cuenta de que, más que un deber diario, la alegría es un derecho, y compartirla, además de una suerte, es “una grande y determinada determinación”, “murmure quien murmurare, siquiera me muera en el camino, siquiera se hunda el mundo”.