Opinión | MIEL, LIMÓN & VINAGRE
Annie Leibovitz: reina de la fotografía
La diplomacia real, tal vez con un toque vaticanista, zanjó todo con una precisa elección del adjetivo: malentendido. Con nuestros reyes no ha habido malentendido ninguno y las puertas del Palacio Real se le han abierto

Annie Leibovitz. / EPE
Al Rey lo ha retratado como a un Rey. Como a un Rey del pasado, como a un Borbonazo de antaño, como a un monarca añejo y uniformado, algo rígido, grandón, con tendencia a la inclinación. Militar. A la reina la ha transformado, sin embargo, en una estrella de Hollywood, como a una diva, como a una señora maja del XXI, moderna y glamourosa no exenta de un punto altivo y pretencioso. Ese dedín señalando para abajo.
Hablamos de Annie Leibovitz, la fotógrafa más famosa y mejor pagada del mundo. No siempre una imagen vale más que mil palabras. Adagio de mentes perezosas. Cliché. Dependerá de qué imagen y de qué palabras. Lo que sí es cierto que una imagen de Leibovitz no mide su precio en palabras y sí en euros. 137.000 han costado ambos retratos, que encargó el Banco de España para una exposición en la que también se exponen otros retratos, de verdad, de otros monarcas. La tiranía de Cronos se titula la muestra. Otro motivo es que Felipe VI y Letizia cumplen en este 2024 veinte años de matrimonio y diez de reinado. Qué corto se nos hace todo últimamente.
Leibovitz: la leyenda continúa. Y las tarifas suben. Talentazo. Nació hace 75 años en Connecticut, un estado que siempre me parece que escribo con una ene de más. Emplea la técnica llamada fine art, un estilo caracterizado por emular técnicas pictóricas en fotografías digitales y sus obras son celebérrimas. Como la de Demi Moore embarazadísima, la de Yoko Ono y John Lennon acurrucados, la de Jagger o la de los Obama en la Casa Blanca. Además de Sean Connery o Keith Richard.
Ha trabajado para revistas como Vanity Fair, Rolling Stone o Vogue y en 2013 fue galardonada con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, año en el que tal vez, los reyes le echaron el ojo, aun siendo ella la que normalmente pone el ojo. Y luego la bala, el objetivo y la cartera.
De ascendencia judía, hija de un militar, educada en San Francisco, también ha realizado fotografías relacionadas con la naturaleza. O no de personajes famosos, queremos decir. Una, para una campaña publicitaria-humanitaria, publicada en Vanity Fair en 2007, que se hizo global: un oso polar, de nombre Knut, captado en su mismidad fría, remota, pura y casi inocente. En el zoo de Berlín. En medio de una controversia animalista.
Los méritos e hitos de Leibovitz son muchos. En 1991 se convirtió en el segundo fotógrafo vivo en exhibir su obra en la Galería Nacional de Retratos de Washington. En 1996 fue la fotógrafa oficial de los Juegos Olímpicos de Atlanta y, por ejemplo, en 2005 fue contratada por The New York Times para que documentara durante un año la construcción de una nueva sede del rotativo.
Fue la que entró a la reunión de Bush y su gabinete, reunido de urgencia después de los atentados del 11-S. Qué caritas. Tampoco es mérito menor enojar a la reina Isabel II de Inglaterra, a la que fotografió en diversas ocasiones. En una, en el palacio de Buckingham, sugirió /ordenó a la venerable señora que se quitara la corona a lo que la reina no reaccionó muy bien. La diplomacia real, tal vez con un toque vaticanista, zanjó todo con una precisa elección del adjetivo: malentendido. Con nuestros reyes no ha habido malentendido ninguno y las puertas del Palacio Real se le han abierto. Por habitaciones y aposentos paseó feliz y curiosa, examinó e iluminó y finalmente eligió para las fotografías el salón Gasparini, aquel en el que a la llegada del verano, Carlos III ordenaba retirar los tapices y colgar en sus paredes cuadros de Velázquez.
Sí enojó, quizás buscando el malentendido aparte de la opinión pública cuando fotografió a la modelo Gisele Bündchen y al jugador de baloncesto LeBron James: tópico habemus. Ella parecía una rubia tonta y él King Kong. Se le tildó de racista, no sin oportunismo. Leibovitz ha tenido una vida complicada, con ruinas económicas incluidas. Mantuvo una relación con la escritora Susan Sontag, aunque durante años ninguna de las dos aclaró qué vínculo tenían. "Fue una historia de amor", señaló lacónica la fotógrafa tiempo después de la muerte de Sontag.
Leibovitz esconde tras esos ojos casi siempre entrecerrados y protegidos por gafas de gruesos cristales, toda una mirada. Lo que no es poco. Lo que es esencial para un fotógrafo. Ya con los años, el arte de disparar y cobrar -después de saber mirar- se va perfeccionando.
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