Opinión | Redes sociales
Por los niños que vendrán

Alumnas de ESO, con sus móviles a la salida de clase. / Ferran Nadeu
La primera vez que probé algo de alcohol fuerte fue el verano de mis trece años. Un chupito de no sé qué bebida, pero malísima. Estaba prohibido, pero uno de los del grupo de los mayores nos dio la botella que ellos sí habían conseguido comprar. Estábamos transgrediendo la norma, accediendo a lo prohibido y sintiéndonos genial. Lo probamos más por prohibido que por que nos gustara o nos sentara bien (doy fe), por el encanto que tiene tantas veces lo prohibido.
Cada uno de los del grupo llevaba impresa en la conciencia el espíritu de su familia. Había los que con ese chupito estaban infringiendo muchísimo las normas de su casa, pero también había los que tenían unos padres más laxos e incluso los que iban casi solos por el mundo porque sus padres pasaban de todo. No sé qué habría pasado si hubiéramos podido ir a la tienda con esos trece años y comprar alcohol libremente. ¿En el grupo alguien habría acabado teniendo problemas con la bebida? No lo sé. También fueron los mayores quienes nos proporcionaron los primeros cigarrillos y ahí cayó medio grupo enganchado a la nicotina. Así que prohibir no es garantía de nada.
Esta semana, sin embargo, Australia se ha convertido en el primer país del mundo que prohíbe que un menor de 16 años entre en una red social. Ha habido mucho debate en ello. No me interesan los argumentos de los que buscan atraer a esos menores como potenciales consumidores, porque en su intención está la sospecha. Es más interesante el debate sobre la idea de libertad que queremos. Prohibir no garantiza nunca nada, véase lo de los cigarrillos, pero hasta el más ensimismado de los adolescentes sabe que fumar es malo y que la sociedad pretende protegerlos de ello con la prohibición.
En este caso la coacción de la libertad de acción es un mensaje: no es bueno, cuando seas mayor ya aplicarás tu libertad de decisión sabiendo que fumar es malo para la salud. Con las redes, dónde está el mensaje? los padres se han quedado solos mientras las grandes corporaciones detrás de las redes sociales se han hecho los suecos al no regular seriamente los límites de edad y los contenidos, a veces auténticas atrocidades, que se pueden encontrar. Si no lo hacen esas compañías, quizá deban hacerlo los gobiernos pagando el precio de vetar a los jóvenes las cosas buenas que hay en las redes. Los menores conseguirán saltarse la prohibición, como siempre, pero recibirán un mensaje que quizá los haga unos jóvenes más conscientes. Por los niños que vendrán.
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