Opinión | 50º aniversario
Álex Sàlmon

Álex Sàlmon

Periodista. Director del suplemento 'Abril' de Prensa Ibérica. Miembro del Comité Editorial de EL PERIÓDICO

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El profundo error convergente

El escándalo de la corrupción en Convergència dejó huérfanos a muchos catalanes desde el punto de vista político

Artur Mas, en 2016.

Artur Mas, en 2016.

La celebración de los 50 años de la historia de Convergència ha provocado muchas reflexiones sobre la conveniencia de la desaparición de CDC. El resumen del reportaje realizado por Carlota Camps, tras entrevistar a nueve de dirigentes o exdirigentes de aquella formación, no dejaba espacio a la duda: siete concluían que fue un error, y fueron Josep Rull y Jordi Turull los que no dieron una respuesta clara.

La crisis por corrupción convergente no ha sido la única que ha soportado un partido en España. Ese detalle no se puso en valor en su momento, puede que por el tortazo social que supuso el anuncio de Jordi Pujol sobre el legado del abuelo o por el peso que ya tenían todas las noticias de aquellos días. Lo cierto es que el PSOE superó sus crisis con Filesa, con los GAL, con Luis Roldán, Rafael Vera o José Barrionuevo y el PP hizo, o sigue haciendo, lo propio con la Gürtel, Luis Bárcenas, Eduardo Zaplana o Jaume Camps. Todas ellas son algunas de las profundas crisis desestabilizadoras, algunas de ellas regionales, que se han visto obligados a gestionar los dos partidos más importantes del país. Convergència también podría haberlo hecho. Su problema estuvo concentrado en el sentido mesiánico al líder. 

Aquel escándalo dejó huérfanos a muchos catalanes, desde el punto de vista político. Me refiero a aquellos que militan en un ADN convergente por encima de todo. Ser convergente no era solo militar o ser simpatizante de un partido. Era mucho más. Significaba tener un sentido de patria, de identificación con la tierra, de ocupación metafísica con el espacio, con la historia, con la lengua, con las tradiciones y todo de forma profunda. Una identificación con los recuerdos de los abuelos, conectados con la frustración de los hijos que vivieron la dictadura. Toda esa fuerza oculta es la que supo activar Jordi Pujol en Montserrat hace 50 años en un espacio que, muy en el principio, superaba el sentido ideológico de izquierda o derecha, encauzando su proyecto en una convergencia patriótica. De ahí el nombre.

Esa amalgama áurica podría haber superado las corruptelas de los hijos de Jordi Pujol y el estilo recaudatorio que el partido impuso para construir un partido potente y consolidado. Aquello que denunció Pasqual Maragall en sede parlamentaria dirigiéndose a Artur Mas y señalándole “el problema del 3%”. 

Ahora se harían memes con ese momento y con la frase. Lo cierto es que abrió una caja de Pandora que permanecía oculta a ojos del votante. En ese momento, y la deriva posterior del nacionalismo catalán hacia un proyecto supuestamente independentista, acabaron de destruir la consolidación de una idea política que es, en realidad, lo más difícil de armar. 

El argumento de los dirigentes de aquel entonces ahora se reduce a decir que si hubieran sabido de la conocida como 'operación Cataluña', Convergència no se habría disuelto. Pero tal operación no existió como tal o, en todo caso, estaba dirigida por inoperantes. La demostración fue la exitosa presentación de las urnas del 1-O en un centro de prensa montado por el empresario Jaume Roures. Y eso fue tres años más tarde de la carta de Pujol a la sociedad. Un error que siguen pagando.

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