Opinión | La espiral de la libreta

Periodista y escritora

Olga Merino
Olga MerinoPeriodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
La batalla de la desinformación
Argumentos igual de válidos apuntalan la decisión de permanecer o largarse de la red social que pilota Elon Musk. Pero no hay épica alguna en ello. El verdadero debate está en la mesa del periodismo tradicional
La red social Bluesky suma 1,25 millones de usuarios tras la victoria de Trump

El logo de la red social X. / Shutterstock
Hasta el rey absoluto del terror, Stephen King, gran explorador de los miedos contemporáneos, se ha retirado de X (antes Twitter), alegando que se ha convertido en un lugar "más oscuro". Y lo dice quien supo crear atmósferas tan desasosegantes como las de ‘Misery’ o ‘El resplandor’. Como él, se han largado montones de periodistas, intelectuales, instituciones y periódicos importantes como ‘La Vanguardia’ o el británico ‘The Guardian’, que tenía unos 25 millones de seguidores en la red social del pajarito azul. Esgrimen que X es una "plataforma mediática tóxica", que fomenta contenidos racistas y conspiranoicos de la extrema derecha y que su propietario, Elon Musk, ha usado su ascendiente para meter el cuezo en la discusión política. Es el debate en clave menor del momento: ¿irse o quedarse?
Desde que el multimillonario compró la empresa (en octubre de 2022, por 44.000 millones de dólares), la experiencia de navegar por X se ha vuelto una travesía procelosa en un océano turbio, sobre todo porque Musk ‘Manostijeras’ decidió reducir drásticamente el equipo de moderadores de contenidos. Debe de dominar la técnica del esquilado, porque tras la victoria electoral, Donald Trump lo ha introducido en su equipo como responsable de la barbería para afeitar la administración. El caso es que el antiguo Twitter ha mudado en un nido de odio, muy distante del ágora que pretendía ser en sus inicios, un lugar tranquilo donde asistir o participar en debates razonados y respetuosos entre contertulios discrepantes. En los últimos dos años, el algoritmo promueve el sesgo, arrincona a los moderados y actúa como un peligroso amplificador de bulos. Casi caí de patitas en el cubo del centro comercial Bonaire —me tragué que habría muchos cadáveres en el parking— y me colaron la trola de que el escritor surafricano J. M. Coetzee había muerto. Rabia.
Las razones expuestas en el párrafo de arriba son más que suficientes para largarse dando portazo. La red X huele ya a fin de fiesta, pero creo que voy a quedarme un rato más pisando el confeti sucio debajo de la carpa, esperando a que la orquesta toque la última. En el antiguo Twitter he conocido a gente estupenda, buenas cabezas cuyos razonamientos e ideas me interesa seguir. Procuro estar al día y aprender; soy más espía que usuaria activa. Además, la ciénaga resulta muy útil para conocer el argumentario que manejan ultrarradicales y chalados. Tampoco creo que las nuevas redes adonde se dirige el éxodo de tuiteros, sobre todo Threads y Bluesky, vayan a ser piscinas de bolas en el 'chiquipark'.
Tanto marcharse como permanecer constituyen decisiones respetables, apuntaladas por premisas igual de válidas, pero ambas sin pizca de épica. Por desgracia, no le falta razón a Elon Musk cuando dice "vosotros sois los medios de comunicación ahora". Cualquiera puede construir un relato, como se dice, sin filtro ni contraste. El verdadero debate está en la mesa del periodismo tradicional, en cómo seguir dando la batalla por la verdad aun habiendo perdido el liderazgo.
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