Opinión | La espiral de la libreta

Olga Merino

Olga Merino

Periodista y escritora

Hijos sin hijos

El descenso de la natalidad atenaza a las grandes potencias. Rusia sancionará a quienes fomenten la vida familiar sin descendencia, mientras en Japón causan revuelo hipótesis espeluznantes para promover la maternidad

Rusia estudia prohibir la propagación entre las mujeres de la idea de no tener hijos

La natalidad, una cuestión de Estado

La natalidad, una cuestión de Estado

Trae estos días la prensa británica una noticia menor que da repelús: una multimillonaria georgiana compra un casoplón en Londres, en la zona de Notting Hill, y demanda poco después al agente inmobiliario que se la vendió porque el edificio está infestado de polillas. Millones de mariposas nocturnas y cenicientas, de las que devoran el papel y la ropa en donde anidan. La litigante exige en los tribunales 36 millones de libras esterlinas; o sea, la recompra del inmueble y una sustanciosa cantidad extra por los gastos que la plaga le ha ocasionado. La rica heredera, su marido y sus dos hijos se instalaron en la mansión victoriana, restaurada por todo lo alto —con gimnasio, sauna, biblioteca, cine, bodega y «sala de ronquidos» para dormir a pierna suelta—, cuando las polillas comenzaron a pulular por todas partes; sobre el cepillo de dientes, en los platos de comida, flotando en la copa de vino. Aplastaban un centenar de ellas al día, incluso después de haber fumigado. La multimillonaria, dicho sea de paso, es hija de Badri Patarkatsishvili, ya fallecido, un viejo ‘apparátchik’ soviético que amasó una fortuna durante la privatización, en los años 90, de las grandes compañías petroleras de la URSS. Pero esa lechuga pertenece a otro huerto feraz.

La historia de la mansión victoriana plagada de larvas, ocultas el aislamiento de lana tras las paredes, daría para un relato neogótico: millones de polillas, gusanos, pececillos de plata, cucarachas, chinches y demás infantería insectil se apoderan del planeta mientras el primer mundo se extingue en una última bacanal de hedonismo desesperado. Tal como se está poniendo el patio global, no sería yo quien lamentara la desaparición de la especie en su conjunto. A los rusos sí les preocupa. Mucho.

El Kremlin ha decidido intensificar la campaña por los «valores tradicionales» y castigará en adelante la promoción de la vida sin hijos. La Duma aprobó el martes una ley que sancionará con el equivalente a 4.000 euros a las personas que defiendan las familias sin descendencia; si se trata de una institución, la multa ascenderá a 47.000 euros. Rusia ha sufrido un enorme descalabro demográfico desde la desintegración de la URSS. Y Putin necesita más hombres para la carnicería en Ucrania.

También la natalidad en Japón se encuentra en un estado crítico. Tanto que un novelista nipón metido a líder de un partido conservador minoritario, Naoki Hyakuta, ha llegado a deslizar hipótesis radicales, como que se prohíban la universidad y el matrimonio a las mujeres mayores de 25 años y que se extirpen los úteros de las que sobrepasen la treintena, con el propósito de que la «limitación temporal» espolee los alumbramientos. «Quise decir que no podemos transformar la estructura social a menos que hagamos algo que llegue tan lejos», se retractó hace unos días, tras el revuelo que suscitaron sus palabras. Que se sacaron de contexto, dijo, que se trataba de ciencia–ficción. Pero la mera mención de estas ideas sobrecoge de espanto. Será que tengo la cabeza llena de polillas distópicas.                

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