Opinión | MIEL, LIMÓN & VINAGRE

Matías Vallés

Matías Vallés

Periodista

Gérard Depardieu, amnistiado por Macron

Es probable que el machismo del actor francés supere las gestas en dicho campo de Donald Trump, votado por setenta millones de estadounidenses "porque sus fallos le hacen más humano"

Gérard Depardieu

Gérard Depardieu / Redacción

El cine ha dejado de ser un medio de comunicación. De ahí que citar el Maigret interpretado por Gérad Depardieu dos años atrás despierte el mismo interés que Kamala Harris. Y sin embargo, se trata de una obra magistral y torturada, donde el actor deformado físicamente adquiere la grandeza de Marlon Brando en Apocalypse Now.

Si la sociedad actual desprecia por insignificante la actividad principal de Depardieu, ¿cómo se explica la fascinación por las agresiones sexuales que han llevado ante los tribunales al actor de El último Metro? Y ya que estamos, ¿quién ha visto en los últimos 10 años esta película con 45 de antigüedad?

En ningún caso se trata de minimizar la zafiedad abusiva de Depardieu.

Es probable que el machismo del actor francés supere las gestas en dicho campo de Donald Trump, votado por setenta millones de estadounidenses "porque sus fallos le hacen más humano".

Se trata simplemente de admirarse de nuevo de que la jerarquía informativa desobedezca el orden de importancia del Código Penal, donde un asesinato sigue por encima de un abuso verbal. La respuesta queda abarcada en las cuatro letras de "sexo". O de "fama", si alguien acierta a distinguirla de la anterior. Con la excepción, por supuesto, de los votantes Demócratas que solo se interesan por las comensales de Carlos Mazón desde la óptica política y no física. Incluimos en este párrafo a Isabel Coixet, obligada a disculparse en un dilatado artículo de haber sucumbido a una invitación a manteles con Depardieu. Con este valeroso gesto queda inmaculada, más redimida que quienes no perderíamos ni un minuto con un personaje banal que solo nos interesa en escena.

Depardieu ha dejado de ser actor para convertirse en un presunto violador, en detrimento de quienes somos impermeables al mínimo detalle personal de la estrella ahora perseguida por la justicia. Puestos a seguir la biografía de un machista acreditado, es más apetecible Alain Delon.

Seguramente culpable, Depardieu ya ha sido condenado por el populacho de #balancetonporc, el equivalente francés y gastronómico del #metoo. El actor equivale al Harvey Weinstein a quien podría trasladar fácilmente a la pantalla. Como ven, no renunciamos a un segundo Maigret.

Magistral. Basta repasar la larga lista de abusadores exonerados por los jurados ante los tribunales. Kevin Spacey, Johnny Depp, Armand Hammer, Brad Pitt sin necesidad de juicio. Y la fijación por los actores obliga a mencionar de nuevo a Trump.

El antiwoke Bill Maher, que lleva un año advirtiendo a los progresistas contra su degeneración puritana, comentaba el pasado viernes que «Francia es tan grande que cabe dentro Gérard Depardieu». De nuevo con la estratificación canónica, se puede tildar de violador al voluminoso actor, pero en ningún caso de gordo. Y todavía hay quién se pregunta por las razones del resultado a la Casa Blanca.

El encaje de Depardieu en Francia señalado por el insobornable Maher trasciende a lo simbólico. La grandeur, sinónimo de obesidad en el país vecino, ha permitido que Emmanuel Macron amnistiara de antemano al actor. Si fuera Jefe de Estado estadounidense en lugar de francés, podría ampliar su apoyo hasta el punto de concederle el perdón presidencial.

Macron tampoco ha compartido la hostilidad de la Europa beata hacia el triunfo de Trump, empleando razonamientos paralelos a los utilizados a favor del actor. Rupturista frente a los tabúes, el presidente francés se ha negado a retirarle la Legión de Honor a Depardieu, en contra de la opinión expresa de miembros de su Gobierno. Por si se necesitaban más argumentos, añadió que se negaba a participar «en una cacería». Y todo ello, durante la entrevista con una periodista asombrada.

Establecidas las cautelas del escándalo, ya se puede concluir que Depardieu es un personaje repugnante. Confunde a sus semejantes con la comida que también necesita tocar con las manos. No solo piensa que el mundo entero se halla a su disposición, cuando se refugia en Bélgica o en la Rusia de Putin para huir de los impuestos de François Hollande.

También resulta muy sospechoso que le defiendan mitos como Catherine Deneuve o Carole Bouquet, porque abusaba selectivamente de las técnicas del rodaje y se postraba ante las estrellas.

Depardieu tendrá difícil cabida en la Francia que ha despertado con Gisèle Pélicot, pero la cancelación de los monstruos cursa con contradicciones. ¿Hay que prohibir la técnica de las PCR, inventada por un Nobel de Química de conducta disipada, amén de acreditado negacionista?