Opinión | La espiral de la libreta

Olga Merino

Olga Merino

Periodista y escritora

Dolor, barro y alguna lección

El Mediterráneo se ha convertido en una bomba térmica. Periodos de cruda sequía se alternarán con temporales bíblicos. Habrá que planificar; los malditos «protocolos» (y que los cumplan)

Entrega de utensilios para ayudar en la limpieza en una calle de la localidad de Masanasa, en Valencia, este sábado,

Entrega de utensilios para ayudar en la limpieza en una calle de la localidad de Masanasa, en Valencia, este sábado, / Kai Försterling (EFE)

Desolación, desconcierto, toneladas de cieno sobre el barro moral de la política y una riada de cadáveres en el Día de Difuntos, mientras el paisaje de la devastación augura que la cifra no se detendrá en la de los muertos ya contabilizados. Aunque debe de ser muy difícil manejar las riendas de una gota fría de 600 litros por metro cuadrado, habrá que pedir explicaciones; convengo en que ahora es el mombento de arremangarse pero tendrán que rendir cuentas, ya lo creo.

Como de costumbre, el voluntarismo de la gente corriente intenta suplir la lentitud de respuesta. Llevará meses y meses recuperar un atisbo de normalidad. Pérdidas millonarias. Llueve sobre mojado en un arco, desde el delta del Ebro hasta Murcia, proclive a este tipo de fenómenos meteorológicos, a que el agua vuelva por los fueros. Tanta inteligencia artificial, tantos algoritmos, tanta hipercomunicación para que se reproduzca una tragedia de estas dimensiones. Algo falla.

Ya lo advirtió Vicente Blasco Ibáñez, el autor de ‘Cañas y Barro’, a finales del siglo XIX. Tras días de intenso aguacero, cuando el temporal ya había anegado varias casas de Valencia y sus arrabales, el escritor publicó su columna habitual en el diario republicano ‘El Pueblo’, el 13 de noviembre de 1897, haciendo hincapié en las obras que, en tiempos de tranquilidad, se habían levantado en la garganta de desagüe del Turia, encajonándolo entre «pretiles y paredones», robando al río «pedazos de sus entrañas». La lluvia siguió arreciando; días después, el desbordamiento del Júcar se tragó varias poblaciones, entre ellas Alzira, que el autor escogió como escenario para ‘Entre naranjos’, la novela de una inundación.

Volvieron a producirse grandes riadas el 13 de octubre de 1957 (81 muertes oficiales) y el 20 de octubre de 1982, lo que se conoce como la ‘pantanà’ de Tous (38 muertos). El mismo tiempo, otoño, y el mismo espacio, entre las cuencas del Turia y el Júcar. Volverá a suceder, por desgracia, y con más fiereza si no se empieza a revertir el rumbo. El Mediterráneo se ha convertido en una bomba térmica, donde periodos de cruda sequía se alternarán con temporales bíblicos. Un mar casi tropical; dicen que el choque entre la temperatura del agua, 24 grados a estas alturas del año, con el aire frío en las alturas ha sido determinante en la catástrofe. El cambio climático era esto.

Durante décadas, desde el ‘boom’ turístico de los años 60 hasta el ladrillazo del 2008, políticos y constructores ignorantes y corruptos levantaron chalets y hoteles sin ton ni son, sin respetar el cauce natural de los ríos ni el perfil del litoral. Nos dejaron horrores estéticos como El Algarrobico, en Almería, o Marina d’Or, en Oropesa de Mar, zonas ambas de alto valor ecológico. La codicia y el cortoplacismo levantaron polígonos industriales y ristras de adosados en el lecho de ramblas que luego se desbordan. ¿Se volverá a construir a pie de playa? Habrá que tomarse en serio la seguridad, planificar, establecer planes de emergencia y normas de actuación: los malditos «protocolos» (y que los cumplan).      

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