
Profesor de Urbanismo en la UPC y colaborador del Máster de Gestión de la Ciudad de la UOC

Miguel Mayorga
Miguel MayorgaProfesor de Urbanismo en la UPC y colaborador del Máster de Gestión de la Ciudad de la UOC
Profesor de Urbanismo en la UPC y colaborador del Máster de Gestión de la Ciudad de la UOC
Derecho a ciudades y territorios más sostenibles e inteligentes
Los esfuerzos de las administraciones no parecen ser suficientes: no se trata de comprar sensores, sino de entender cómo las innovaciones tecnológicas impactan en el funcionamiento de la ciudad
Smart Cities: tecnología para mejorar la vida en las grandes ciudades
Barcelona vuelve a ser la capital de las 'smart cities'

Ambiente del salón Smart City, en la Fira de Barcelona, en su edición de 2023. / RICARD CUGAT
A través de los años, por un parte, hemos visto que en el panorama internacional se hacían visibles y futuribles ciudades inteligentes cuya sostenibilidad era bastante cuestionable, como Masdar, Songdo, The Line, Ciudad Foresta, entre otras. Y por otra parte, en el otro extremo hemos visto como la vida cotidiana se modifica casi sin darnos cuenta, a partir de la continua incorporación de 'gadgets' y aplicaciones informáticas.
Pero también, y a la vez, en las ciudades se han empezado a producir soluciones menos estándar y sofisticadas y se formulan soluciones más aterrizadas a la realidad. Se llega a teorizar sobre la existencia de tres generaciones distintas de ciudad inteligentes: la impulsada por las empresas tecnológicas, la impulsada por los gobiernos municipales y, por último, la que debería ser impulsada por los ciudadanos.
Sin embargo, también observamos que en la misma administración las estructuras aún no están capacitadas para dar respuesta a un reto tan dinámico y complejo. Se han incorporado nuevas dependencias y oficinas especializadas al respecto y se ha cambiado rótulos y renombrado muchas de las preexistentes.
Los esfuerzos no parecen ser aún suficientes. Pues no se trata de comprar sensores, de imputar los males a las economías de plataforma digital, ni de contratar muchos empleados públicos que sepan de visualización de datos o de 'Big data', sino de entender cómo las innovaciones tecnológicas impactan en el funcionamiento de la ciudad y con que objetivos, para regularlas, democratizarlas, usarlas y promoverlas para el bien común.
Así como no es deseable una ciudad inteligente tecnológica, cosmética, tecnocrática, corporativizada o panóptica, tampoco lo es una ciudad inmovilista, que no reconoce los cambios, ni actua para promover o redireccionar tendencias. En las ciudades ha cambiado la noción de límite, entre ciudad y campo, entre público y privado, entre interior y exterior, así como las nociones de distancia, continuidad, densidad, diversidad e hibridez. La velocidad del desplazamiento de bienes, informacion y personas ha crecido rapidamente.
Sociedad más abierta, mundo más incierto
Según François Ascher nos encontramos ante el reto de planificar una sociedad mas abierta en un mundo mas incierto, con una sociedad cada vez más diversificada y más individualizada. A la vez, Bernardo Secchi nos propone las ciudades como un gran recurso renovable y reciclable, sobre el que hay que replantear sus estructuras económicas, productivas, así como las relaciones entre estas con lo social, observando las nuevas formas de hacer ciudad y de producción, de empleo, la movilidad, los ritmos de vida y la gestión de recursos.
Por lo tanto, hay que construir marcos de referencia que integren los cambios y fenómenos sociales y ecológicos. Y generar compromisos y pactos sociales, diversificando los objetivos y las acciones para dar respuestas a distintos ámbitos de la vida urbana.
Al final, la verdadera inteligencia y sostenibilidad de la ciudad radicará en la capacidad colectiva de gestionar el dinámico y complejo recurso fundamental que es la ciudad existente. En lo físico, económico, social, ambiental y cultural, atendiendo a sus necesidades, carencias y potenciales de mejora y cambio. Una capacidad que más allá de las nomeclaturas es el derecho a cambiarnos a nosotros mismos cambiando la ciudad, como explica David Harvey, un derecho que abarca más lo común que lo individual, una transformación que desde el poder colectivo puede llegar a reformar los procesos de creación de la ciudad.
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