Opinión | Cambio climático

Juli Capella

Juli Capella

Arquitecto

La venganza del mar

La zona de dominio público marítimo-terrestre y sus paseos deben tratarse desde una nueva perspectiva, la de colaborar con la naturaleza y estabilizarla

Leonard Beard.

Leonard Beard. / ZOWY VOETEN

Los mapas mienten. Es imposible que reflejen verazmente la línea de costa que divide la tierra del mar. Está en constante evolución desde cuando los continentes comenzaron a desgajarse. El mar, con su dinámica litoral, se encarga de modificar día a día su linde. En España la regresión de la costa es notable por diversos motivos: el cambio climático con sus tormentas ya casi tropicales; el deshielo con el aumento del nivel del mar; la urbanización intensiva de la franja litoral que evita el drenaje natural. Y los ríos que bajan sin apenas caudal ni sedimentos arenosos. Todo gracias a nuestra depredadora forma de exprimir el territorio. Según el informe de Greenpeace 'A toda costa', Cataluña bate el récord estatal de litoral degradado, un 26,4%. Y según la NASA, que es más de fiar para negacionistas climáticos, Barcelona va a ser la ciudad más castigada del Mediterráneo. Sufrirá un aumento del nivel del mar de un metro en el próximo siglo. Recientemente, el Ayuntamiento de Barcelona ha modificado el proyecto de paseo marítimo de la Mar Bella. Lo ha desplazado 20 metros hacia el interior para evitar situarse en zona regresiva por los temporales

Impresiona ver una famosa foto de las Drassanes de Barcelona, de 1869, donde el edificio embocaba prácticamente en el agua. Desde entonces la ciudad fue ganando decenas de hectáreas al mar. Hasta desviar la desembocadura del río Llobregat para ampliar el puerto. En los años 80 la Barcelona democrática decidió abrirse al mar, al que había dado la espalda secularmente. Se eliminaron tinglados portuarios y la barrera del ferrocarril. Pero acto seguido, se volvió a tapar la vista al mar con mamotretos como el World Trade Center, el Maremágnum o el Imax. Y se encajó un nuevo puerto, el Port Olímpic, que nunca fue pensado para los barceloneses. Además, se creó el cinturón litoral, entorpeciendo el acceso transversal del vecindario hacia la zona costera. Se crearon atractivas playas artificiales donde antes hubo barracas, pero hace apenas cuatro años la borrasca Gloria se zampó buena parte de las playas y se ensañó con la escollera con olas de más de siete metros. Cada año se repone al menos un 20% de la arena de las playas condales. En todo el litoral español, esta operación ha costado 132 millones de euros durante la última década. Todo sea por el turismo. Pero ya no compensa y es insostenible. Ha llegado el momento de no empecinarse contra los fenómenos naturales inevitables.

La urbanización costera ha sido un gran equívoco, especialmente catalán, valenciano y malagueño. El afán edificatorio cuanto más cerca del mar mejor, ha pervertido un espacio frágil y cambiante. Por ello la primera zona marina, los primeros metros de mar, deben empezar a ser considerados como un barrio más de cada población. Analizar su morfología y facilitarle su propia dinámica. La reciente exposición 'El océano habla', en el DHub, comisariada por José Luis de Vicente, nos muestra de forma pionera como el mar debe ser incorporado como integrante de Barcelona tanto como lo es la montaña. Y que existe una ciencia y economía, llamada azul, que puede deparar grandes avances sociales. El mar debe entenderse como un gran aliado y no un enemigo a invadir.

Pero gestionar el espacio litoral es enormemente complejo por el entramado de agentes involucrados, Estado, Generalitat y municipios. Hay que ir a negociarlo a Madrid. Recuerdo el acto surrealista de ir a discutir en los años 90 un proyecto de paseo marítimo, el de la Pineda en Vila-seca, al ministerio de turno, el MOPU, en la Castellana. Nuestro principal objetivo era eliminar el habitual murete de los paseos. No fue fácil porque el ministerio tenía previsto proyectos estándar, fuesen pequeños o grandes, en el Atlántico o el Mediterráneo. Las cosas no han cambiado mucho, el paseo de Les Cales de Miami Platja, en Mont-roig, recién acabado, también ha tenido que ser discutido y aprobado a 500 kilómetros del mar. Este es un proyecto de retirada. Busca desurbanizar, deconstruir. Levantar el asfalto, aceptar la erosión, colaborar con la naturaleza y estabilizarla. La prepotencia humana nos está dando muchos disgustos. Ha llegado el momento de rendirse y disfrutar lo que hay.

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