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Escritora
Emma Riverola
Emma RiverolaEscritora
El trapo en la boca
No sabemos en cuantas casas se acumulan los trapos sucios de la violación, pero podemos reflexionar sobre cómo es la colada colectiva
Los trapos sucios se lavan en casa. El problema es cuando no se lavan. Cuando se dejan ahí, en un rincón, apestando, pudriéndose. Cuando la pila de retales, paños o pingajos sucios se va acumulando y a su hedor se le suman otras podredumbres.
Dicen que un silencio espeso, de olla grasienta, invadió la sala del tribunal en Aviñón. Tres grandes televisores distribuidos en tres de las paredes se encendieron. Dicen que el silencio se tornó agrió. Tanto que costaba respirar. En la pantalla se mostraron algunas de las violaciones que sufrió Gisèle Pelicot. En ellas, la mujer convertida en un ser inerte. Los hombres, los únicos actores con capacidad de acción. Ante su visionado, Dominique Pelicot, el marido que llegó a convocar a 51 hombres para que agredieran a su esposa drogada, levantaba su mano izquierda para no ver la pantalla. Ella cerraba los ojos de cuando en cuando. Su rostro permanecía hierático. La víctima convertida en roca. Piedra gana a agresor.
El juicio Pelicot continúa. Ya sabemos, el catálogo de hombres que se prestó a las violaciones es variado. Un carpintero, un bombero, un guardia de prisión, un jardinero… Tienen entre 26 y 73 años. Uno de ellos, el más joven, se perdió el nacimiento de su hija: prefirió violar a una mujer. De repente, decenas de trapos sucios exhibidos a plena luz del día. Me pregunto por la onda expansiva de esas violaciones. Cómo son vividas por los padres, las parejas, los hijos, amigos o vecinos de los agresores.
No sabemos en cuantas casas se acumulan los trapos sucios de la violación, pero podemos reflexionar sobre cómo es la colada colectiva. Demasiadas veces, en demasiados foros, entre burlas o púlpitos, observamos una reiteración de la imagen de la mujer como un ser inferior. Su vida laboral o su presencia pública sometida a un escrutinio degradante, mientras se la ensalza como receptáculo de la maternidad o se la sexualiza hasta convertirla en un simple objeto de deleite. Al fin, un cuestionamiento de la capacidad racional de la mujer y un proceso reduccionista que convierte a su cuerpo en su máximo valor… Siempre que este sea útil a un hombre, por supuesto.
En pleno debate sobre la Ley ‘Sí es Sí’, muchos hombres se mostraban escandalizados y ridiculizaban el concepto de consentimiento. Preguntaban si, a partir de entonces, tendría que mediar un contrato previo a las relaciones sexuales. Pero la inmensa mayoría de las mujeres entendía perfectamente el significado del consentimiento. Las violaciones en el matrimonio (por extensión, aquellas perpetradas por amigos y otras personas de confianza) rompen la imagen mental de una agresión sexual. No hay callejones oscuros ni descampados desiertos. Solo un sentido de propiedad secular sobre el cuerpo de la mujer. Ella reducida a un ser inferior que puede dominarse a placer.
"Hay cosas encerradas dentro de los muros que, si salieran de pronto a la calle y gritaran, llenarían el mundo" escribió Federico García Lorca. Gisèle Pelicot se ha quitado el trapo sucio de la boca. Que el mundo se llene de gritos.
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