Opinión
Agnès Marquès

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Periodista

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La guerra como un videojuego

El mundo de destrucción del Fornite se parece ahora mucho al mundo real

El líder de Hamás, visto por un dron israelí

El líder de Hamás, visto por un dron israelí

Escribo todavía bajo el impacto de haber visto las imágenes captadas por un dron del ejército israelí entrando en un apartamento lleno de polvo por los bombardeos y acercándose a lo que presuntamente era el líder de Hamás moribundo. El impacto no es ver lo que parece un muñeco de trapo, lo que parece el último movimiento de una persona malherida, el último estertor de una persona a punto de morir, que también. El impacto es tener que hacer entender al cerebro que esas imágenes son reales y graves, que hoy vemos la guerra con nuestros propios ojos sin ningún filtro, solo buscando en algunas redes el nombre de la persona a la que el Ejército israelí ha matado. El impacto es que el cerebro se trague las imágenes estupefacto pero sin ninguna señal de alerta. El impacto es que la guerra parezca un videojuego.

El lector habitual de esta columna ya sabe que no soy una experta en juegos de ordenador, la semana pasada di un buen ejemplo de ello, pero sí que me ha gustado probar algunos juegos para poder tener opinión. Cuando se puso de moda el Fortnite, me di de alta y lo disfruté durante dos o tres meses. Debo reconocer que después de las primeras partidas de desconcierto en las que me mataban a los cinco minutos, le cogí cierto oficio por puro instinto de supervivencia. Para los que no sepan qué es el Fortnite: es un juego con cámara subjetiva en el que tienes que intentar sobrevivir en un mundo en el que debes desconfiar de todos: si no matas, te matan. Las estrategias de supervivencia son las que aplicaríamos si nos encontráramos en la situación de tener que avanzar por un mundo medio destruido: protegerte, no hacer ruido, vigilar, estar siempre alerta… la cámara subjetiva te hace tener la constante sensación de tener la espalda poco cubierta. Jugando, la sensación de miedo era real, y con el susto venía la reacción de disparar ininterrumpidamente contra cualquier movimiento. No me gustó lo que despertaba en mí el juego y lo abandoné.

Ahora, ese mundo de destrucción se parece mucho al real. Espectacularizar la guerra, mostrar la muerte de una persona (independientemente de sus acciones) como un espectáculo, como un hecho más, desdibujar las fronteras entre la información y la deshumanización, como si fuera entretenimiento, tiene que tener riesgos que no imaginamos. Ver la guerra a través de la lente de un dron, fría e impersonal, sin contexto, como un videoclip, puede hacernos perder la perspectiva humana del impacto que tienen estos hechos.

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