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Opinión | Oriente Próximo
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El dilema de Israel: Hizbulá o Irán

El principal objetivo de Netanyahu no es Hizbulá, sino Irán. De ahí sus denodados esfuerzos por incendiar Oriente Próximo e involucrar a Estados Unidos en una guerra frontal contra el régimen de los ayatolás

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Bombardeos de Israel en la localidad de Kfar Kila, en el sur del Líbano.

Bombardeos de Israel en la localidad de Kfar Kila, en el sur del Líbano. / Europa Press

El Eje de la Resistencia, comandado por Irán, está tocado, pero no hundido, tal y como demuestra el masivo lanzamiento de misiles contra territorio israelí. Como consecuencia de los golpes sin precedentes que ha recibido en las últimas semanas, la cúpula militar de Hizbulá ha quedado descabezada y su máximo dirigente, Hasán Nasralá, asesinado. La milicia chií atraviesa, pues, uno de los momentos más delicados de su dilatada historia y está noqueada, pero no derrotada. Por lo tanto, no deberíamos darla por vencida ni subestimar sus capacidades ofensivas, ya que todavía cuenta con miles de efectivos, un significativo arsenal, un partido político fuerte y una amplia red de asociaciones civiles. De hecho, no es la primera vez que Israel da por enterrada a dicha formación, tal y como ocurrió en 1992 cuando asesinó a su líder Abbas al Musawi, que supo renacer de sus cenizas y expulsar a las tropas israelís el año 2000, tras dos décadas de ocupación.

La intervención terrestre en el Líbano busca ahora restaurar la capacidad de disuasión que Israel perdió durante la guerra de 2006, en la que se vio forzado a abandonar el país árabe sin cumplir sus objetivos: neutralizar la amenaza que Hizbulá representa para el norte israelí y forzar su retirada más allá del río Litani, a 30 kilómetros de la línea fronteriza. El Gobierno Netanyahu considera, ahora, que la coyuntura internacional es favorable y que su abrumadora superioridad militar le permitirá doblegar a la resistencia libanesa y obligarla a replegarse a su feudo, en la Bekaa. Para ello cuenta con la inestimable ayuda de EEUU, que ya ha desplegado nuevos efectivos en la región y enviado más armas para que su aliado puede seguir reduciendo a escombros la Franja de Gaza y los bastiones chiís en Líbano.

Sin embargo, el principal objetivo de Netanyahu no es Hizbulá, sino Irán. De ahí sus denodados esfuerzos por incendiar Oriente Próximo e involucrar a Estados Unidos en una guerra frontal contra el régimen de los ayatolás. El primer ministro israelí es plenamente consciente de que no dispone de los recursos necesarios para atacar el país persa en solitario, ya que no conseguirá destruir las centrales nucleares iranís sin la participación estadounidense. En el pasado, los presidentes Obama y Trump rehusaron involucrarse en una aventura militar de dudosos resultados, temiendo quedar embarrados en las pantanosas aguas de Oriente Próximo, tal y como le había sucedido a Bush hijo en Afganistán e Irak, tras el 11 de septiembre de 2001. Por el momento, Biden no ha dado excesivas muestras de entusiasmo ante un eventual ataque coordinado contra Irán, pero tal posibilidad no debería descartarse por completo, dada la absoluta connivencia entre su departamento de Estado y el ministerio de Defensa israelí. De conseguir arrastrar a Estados Unidos a una guerra total con Irán, Netanyahu dejaría una herencia envenenada para el sucesor de Biden en la Casa Blanca.

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