Opinión | Medio ambiente

Jordi Serrallonga

Jordi Serrallonga

Arqueólogo, naturalista y explorador. Colaborador del Museu de Ciències Naturals de Barcelona.

'Homo plasticus'

Detectar microplásticos en sangre, pulmones o intestinos me transporta a la terrorífica idea de que nos estamos 'plastificando'

"Cambia de táper y no reutilices botellas: 8 consejos para minimizar la exposición a microplásticos en tu día a día"

Los microplásticos son partículas de menos de 5 milímetros.

Los microplásticos son partículas de menos de 5 milímetros. / Getty Images

La evolución tecnológica parece imparable. Fueron 7 millones de años inmersos en la Edad de Piedra hasta que, de pronto, con permiso del chip de silicio y la inteligencia artificial, aterrizamos en la Edad de Plástico y el problema de la gestión de residuos. Durante el Paleolítico funcionó el reciclaje natural: herramientas líticas, pieles y esqueletos de animales, o maderas y fibras vegetales, simplemente, regresaron a su medio. La mayor parte se descompuso y el sobrante hoy nutre a los museos de arqueología. En cambio, el plástico alteró las reglas del juego; necesita de un reciclaje activo, complejo y polémico. Además, es como si, bajo el símil de una invasión alienígena peliculera, donde al principio todo parecen bondades, hubiese llegado para enquistarse a través de su dimensión microscópica: los microplásticos.

Pequeños, pero matones. Los virus son micro y sabemos cuáles pueden ser las consecuencias a nivel macro. No es extraño que la semana pasada, con motivo de una de las sesiones del Club dels Llunàtics i Llunàtiques del Museu de Ciències Naturals de Barcelona, la sala estuviese abarrotada. Habíamos invitado a la oceanógrafa Cristina Romera, investigadora del Institut de Ciències del Mar/CSIC y una de las expertas mundiales en el estudio de los microplásticos. Aunque de rostro amable y ademanes pausados, su sabio grito sonó claro: hemos de evitar que los microplásticos sigan arribando al mar. Es decir, no solo se trata de esas bolsas y envases que vemos flotar durante cualquier travesía marítima, y que provocan la asfixia a mamíferos, aves, reptiles o peces; hablamos de los residuos plásticos microscópicos -procedentes de nuestras lavadoras, campos de césped artificial o vertederos descontrolados- que campan por el organismo de muchas criaturas marinas y, por ende, del ser humano. La evolución no nos ha dotado de adaptaciones fisiológicas para alimentarnos de plástico, ni asimilarlo. Un material, en ocasiones, desconocido; y es que algunos fabricantes se niegan a facilitar datos acerca de la exacta composición de sus productos plásticos, obstaculizando, así, los trabajos sobre impacto ambiental y salud.

Detectar microplásticos en sangre, pulmones o intestinos me transporta a la terrorífica idea de que nos estamos 'plastificando'. Ahora bien, cómo evitarlo si, en mi expedición por Alaska y el Yukon, el 80% de los restaurantes ofrecían vasos, platos y cubiertos de plástico. Soy culpable, lo admito. En supermercados, ropas y hogares existe por doquier. Y continuará, es un invento de éxito innegable; pero reduzcamos los materiales de un solo uso, y ayudemos al reciclaje con sencillas medidas que, de peque, conocí y practiqué. Por ejemplo: devolver las botellas de vidrio a la tienda y recuperar el coste de las mismas. ¿Qué motivos existen detrás del veto a las acciones individuales de reciclado que supongan lucro directo para la ciudadanía? ¿Monopolios del reciclaje? Somos plásticos, y una mirada al pasado no siempre va mal para mejorar el futuro.

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