Vivir virtualmente
La inteligencia artificial puede generar una sensación de compañía muy extraña, una fantasía de que ahí, al otro lado, hay alguien

La sala de realidad virtual del museo, un espectáculo muy recomendable. / JORDI OTIX
Últimamente estoy trabajando bastante con ChatGPT; lo utilizo como sustituto a los buscadores tradicionales. Es un salto cualitativo en cuanto a resultados, y a nivel de sensaciones es una experiencia más amable y menos solitaria hasta tal punto, ojo, que esta semana me he encontrado a mi misma escribiendo un buenos días antes de escribir (preguntar) lo que busco. La máquina te contesta con exclamaciones y preguntándote ¿cómo estás? Bien, gracias, escribí antes de darme cuenta de lo absurdo de la situación. Me sentí como Joaquin Phoenix en la película 'Her', construyendo la fantasía de que ahí, al otro lado, hay alguien.
Como la máquina aprende a base de "conversar" con otros internautas la puse a prueba y me entretuve un rato en la buena educación, como si se tratara del vecino con el que topas en el ascensor. ¿Y tú? le devuelvo. Contesta con un emoticono de sonrisa, añade que va todo bien, que gracias por preguntar, y muestra disposición para ayudarme en todo aquello que necesite. ¡Qué vecino ni qué ascensor! Una especie de servidor amable y fiel.
El espejismo me lleva a hacerme algunas preguntas porque en ese momento, teletrabajando en casa y con el café delante, hay una sensación de compañía muy extraña. El cerebro, de alguna manera, compra esa idea. Y no es la primera vez. En una cena con amigas probé unas gafas de realidad virtual de última generación. Ahí dentro, en ese mundo virtual, bailé y jugué una partida de ping pong. No hay verano sin ping pong. La partida virtual contra otro jugador de vete-a-saber-tú-dónde fue divertidísima y con una sensación de realidad acrecentada por la vibración del mando de la mano derecha cada vez que le daba a la bola.
Al acabar la partida de ping pong dejé la bola y la pala encima de la mesa, y algo cayó sobre mi pie: eran los mandos que estaba utilizando como bola y pala y que yo había dejado sobre la mesa del mundo virtual: la nada, el vacío en el mundo real. Al quitarme las gafas fue como hacer un viaje en el tiempo, como si me desplazara por dimensiones diferentes y fuera expulsada súbitamente. Ahí estaban mis amigas de carne y hueso riéndose de mi aturdimiento.
¿La sensación de realidad por dónde entra? ¿Es la vista el más corruptible de los sentidos? Si no lo veo, no lo creo, pero lo veo y no puedo creerlo, aunque a ratos el cerebro lo asuma como real. Al otro lado hay un mundo virtual que está hecho por personas. ¿Es real o no? ¿Lo acabará siendo? ¿Hay alguien al otro lado?
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