Dejar de viajar
Las vacaciones ya no son para hacer nada y descansar, sino que se han convertido en lo que dan sentido a los otros once meses del año

Atardecer en Bora-Bora, en la Polinesia Francesa.
Ahora que ya han pasado unos días desde la 'rentrée' laboral hay que decir que se agradece que las conversaciones se vayan volviendo rutinarias: que si ya ha llegado el frío, que si qué mal he dormido, he ido a un restaurante muy bueno etc. Y que hayamos superado ya el: ¿y tú a dónde has ido estas vacaciones? Porque vivimos de tal manera que en vacaciones tenemos que salir corriendo hacia algún sitio, alejarnos físicamente de donde vivimos. Cuantos más aviones, escalas y vacunas tengas que ponerte, mejor. Quizá me he perdido algo: ¿regalan algo en Bali? ¿Y en Tailandia? Por saber.
Las vacaciones ya no son para hacer nada y descansar, sino que se han convertido en lo que dan sentido a los otros once meses del año. Quizá esta necesidad de que las vacaciones valgan la pena y nos hayan servido para descubrir rincones remotos y gentes que comen cosas que nuestros intestinos no toleran es debido a que nada de lo que hacemos el resto del año nos estimula de verdad. La frase de Lennon, la vida es lo que pasa mientras estamos haciendo otros planes. Admiro a los que ya saben el rincón del mundo a dónde irán el año que viene, admiro esa capacidad de planificación para salir corriendo.
Después de batirnos por quien ha hecho el viaje más largo, más lejos y más auténtico (porque la autenticidad es el caviar del viajero, aquellos del “estábamos solos”, estos siempre intervienen los últimos en la conversación de los viajes) volvemos a lo de siempre. Porque, a pesar de que pasen los años, acabamos volviendo a lo de siempre: ¿has visto lo de Broncano? Un duelo entre dos formatos masculinos en el 'prime time' televisivo, nada nuevo de verdad. Más de lo mismo, de hecho. Pero bueno, entretenidos y con la esperanza de ir llenando la cuenta bancaria para el próximo viaje nos olvidaremos que, huyendo hacia otros sitios, reproducimos lo que nos pasa aquí: exceso de turistas, pérdida de identidad de las ciudades, cortados a tres euros, establecimientos históricos que cierran, paraísos naturales impracticables, contaminación, expulsión. Quizá, poco a poco, debamos ir pensando que esto de viajar en plan Willy Fog debe pasar de moda, que no pasa nada por no conocer regiones lejanas, que los documentales del National Geographic están muy bien hechos y son mejores que los programas donde se pregunta por la ropa interior al invitado del día, y que la aventura más radical está en casa, en lo diario y en lo local. Y en el misterio de saber que formamos parte de un mundo maravilloso que jamás podremos conquistar. Poco a poco, quizá, poner el freno.
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