Gisèle y la gente normal
Gisèle Pélicot se presenta al juicio a cara descubierta y pide que también veamos la cara de quienes la violaron mientras había sido drogada por su marido. Lo va a cambiar todo

Gisèle Pélicot llega al juzgado de Aviñón. / AP/Lewis Joly
Hay personas que lo cambian todo. Sin querer y muy a su pesar, diría que con una voluntad de estricta supervivencia, van y lo sacuden absolutamente todo. Gisèle Pélicot es una de ellas. Mujer, 71 años, víctima de la barbarie. Violada durante una década, hasta hace cuatro años, por decenas de hombres mientras estaba bajo los efectos de las drogas que, intencionadamente, le administraba su marido; Dominique Pélicot. Pasen y vean. Los salvajes y ella. Una mujer mayor, madre y abuela en una familia aparentemente convencional.
Gisèle Pélicot lo ha cambiado todo. Ha asistido al juicio, ha caminado por delante de las cámaras con un aplomo estremecedor, arropada por sus hijos y sus abogados, ha hablado claro sobre lo que siente, cómo se siente, y sobre cómo era su vida antes de descubrirlo todo delante de sus violadores. Al menos son 51 violadores de entre 26 y 74 años, un bombero, un jubilado, un periodista, vendedores participando de violaciones múltiples ante un cuerpo inerte. Gente normal, aparentemente, hombres de todas las edades y condiciones y “ni uno solo se dice que hay algo raro”. Esa frase es de Gisèle en el juicio y de todas las mujeres: el mundo está enfermo. No es uno, no es un caso aislado.
Es el mundo en que un alcalde, Antonio Martín Hernández, sube a un escenario borracho y canta a pleno pulmón una canción que cuenta la violación a una niña, y ante el escándalo consiguiente el presidente de los curas en España, Luis Argüello, dice que no hay que ser tan puritanos, que hay que entender el contexto. El contexto para ese señor es que hay que entender lo que haga un tipo borracho. Están enfermos.
Hombres que se creerán mejores solo por procedencia y color de piel que el marido de la atleta olímpica Rebecca Cheptegei, quien ha muerto quemada en Kenia por comprarse una casa de entreno un poco más lejos de lo que él consideraba óptimo. Dickson Ndiema Marangach.
Nombres y apellidos para que la vergüenza cambie de lado. Por eso Gisèle se presenta al juicio a cara descubierta y pide que también veamos la cara de ellos. Gisèle lo va a cambiar todo, las mujeres envejecemos para dejar legado en las jóvenes por esa voluntad estricta de supervivencia: no hay de qué avergonzarse, la justicia debe proteger a la víctima pero sobre todo tiene que castigar a los culpables. Que la vergüenza cambie de lado. Gisèle es la madre todas.
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