Subdirector de EL PERIÓDICO.
Joan Cañete Bayle
Subdirector de EL PERIÓDICO.
Periodista y escritor. Transición digital y audiencias. Entre otros trabajos, ha sido corresponsal en Jerusalén y Washington DC. Autor de las novelas 'Expediente Bagdad' (junto a Eugenio García Gascón) y 'Parte de la Felicidad que Traes', y del ensayo sobre el conflicto palestino-israelí 'Muros, bosques, tumbas: Un periodista en Jerusalén'
Gaza no sufre una catástrofe natural
La intransigencia de Netanyahu pone de manifiesto la debilidad de Washington, que no puede ni quiere imponer un alto el fuego a Israel
Zarpa el primer barco de la ONG Open Arms con 200 toneladas de comida para Gaza
La Casa Blanca supervisará el plan de Netanyahu para invadir Rafah
La franja de Gaza tenía una autopista. Se llama Saladino, y era la única arteria que comunica la franja de norte a sur, desde el paso fronterizo de Erez con Israel con el de Rafah con Egipto. Son apenas 45 kilómetros, y lo de autopista es un eufemismo: era una carretera bacheada, anegada de gravilla y arena, que siglos atrás vivió tiempos de esplendor, cuando fue parte de un camino de referencia para comunicar Egipto con Siria.
A partir de la ocupación israelí de 1948, la historia de la franja se puede contar a través de la de la carretera de Saladino. Cuando Saladino bulle, Gaza florece. Cuando Saladino se bloquea, se divide o se vacía, Gaza languidece. Cuando Israel colonizó Gaza con asentamientos, la carretera estaba cortada, lo que ‘de facto’ dividía la franja en tres zonas: el norte, el centro y el sur. Soldados israelís controlaban la vía, ya fuera con grandes cuarteles o ‘check points’, como el de Abu Holy en Jan Yunis, uno de los más trágicos de la historia de la segunda Intifada.
Hoy, Saladino está en gran medida destruida, a juzgar por las imágenes aéreas que llegan de Gaza. Y aun así, sus tramos asfaltados, sus arcenes y sus desvíos serían el camino más corto para distribuir la ayuda humanitaria que tanto necesitan los gazatís. Estos días se está hablando de abrir una “autopista en el mar” desde Chipre hasta un embarcadero en Gaza, a partir del corredor de ayuda marítima que han abierto Open Arms y la ONG del cocinero español José Andrés. Bienvenida sea toda ayuda a Gaza, y todas las autopistas que puedan abrirse serán pocas. Ahora bien, lo más eficiente sería distribuir a través de Saladino la ayuda almacenada en camiones en la frontera de Rafah.
Gaza no sufre una catástrofe natural, un terremoto o un tsunami. De la misma forma, la distribución de la ayuda humanitaria que tan urgente es para paliar la hambruna (a ese punto hemos llegado) no es un asunto logístico. No hay problemas de infraestructuras (más allá de la impresionante destrucción) ni líneas del frente que salvar. Israel controla el mar de la misma forma que controla el aire y las fronteras terrestres. Que la ayuda humanitaria entre depende de su voluntad. Cabe, pues, preguntarse por qué al Gobierno de Binyamin Netanyahu le beneficia una forma de repartir la ayuda y no la otra. No es una pregunta retórica, dado que Israel no es un espectador: su ofensiva militar es la que ha causado la tragedia humanitaria.
El corredor marítimo contribuirá a salvar vidas, muchas, pero no es la solución a la hambruna en Gaza. Tampoco lo es la comida lanzada en paracaídas. La solución es un alto el fuego permanente y una salida negociada al conflicto, que en esta fase se inició con el atroz ataque de Hamás el pasado 7 de octubre. En este sentido, la intransigencia del Gobierno de Netanyahu, que tan nervioso pone a Washington, evidencia la debilidad de EEUU en la zona. Las bombas y las armas que destruyen Gaza son en gran medida estadounidenses; la carta blanca política y diplomática que causa la hambruna también es de la administración Biden. Mientras se filtra el malestar de Washington, el secretario de Estado se harta de viajar a la zona y se lamenta el sufrimiento palestino la realidad es que ni el presidente de EEUU puede forzar a Israel a detener la ofensiva. Cierto, puede dejar de vender armas y acabar con el veto a las resoluciones en la ONU. Si lo hace, Biden también puede empezar a preparar la mudanza de la Casa Blanca. Israel es un asunto de política interna estadounidense, conviene no olvidarlo.
La prensa israelí informa de que el Ejército prepara un batallón de abogados para afrontar las demandas por crímenes de guerra que se temen en cuanto acabe la ofensiva y la ONU, las oenegés y los periodistas puedan volver a circular por las ruinas de Saladino y explicar lo que allí vean. Israel se enfrenta en soledad a un momento trascendental de su historia. Nadie puede obligarle a tomar un camino u otro, lo cual significa que nadie puede ayudarle tampoco. Puede parar la ofensiva, reabrir Saladino y volver a empezar un proceso diplomático desde una posición de fuerza militar y de debilidad en términos políticos y reputacionales. O puede abrazarse a Netanyahu y sus socios aún más extremistas y acelerar en esta carretera hacia el desastre.
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