Opinión | CALEIDOSCOPIO

Escritor

Julio Llamazares
Julio LlamazaresEscritor
Escritor. Autor de 'Luna de lobos', 'La lluvia amarilla', 'Cuaderno del Duero' y 'Atlas de la España imaginaria'.
El Oeste español
Los datos son persistentes y el Oeste español pierde habitantes año tras año desde hace mucho y se distancia más cada vez de un país cuyos principales ejes de desarrollo van en otras direcciones

Una casa, con el cartel de se vende, en una imagen de archivo de un pueblo de la provincia. / Jose Luis Fernández
Las viejas luchas entre agricultores y ganaderos que alimentaron tantas películas del Oeste americano se repitieron durante siglos en el Oeste español, un territorio menos conocido pero no por ello menos espectacular. El olvido y abandono en los que esa larga franja fronteriza que recorre el país de norte a sur paralela a la raya portuguesa ha permanecido siempre son causa de la supervivencia de unos paisajes y unas ciudades y aldeas prácticamente inviolados y de numerosos restos arquitectónicos, históricos y etnográficos sin parangón en otras regiones. El Oeste español, en pleno siglo XXI, sigue siendo un territorio de leyenda.
Cualquiera que coteje las estadísticas económicas, de infraestructuras y de inversiones públicas, así como las demográficas y sociales, observará en seguida que las provincias que integran el Oeste español encabezan todos los ránkings negativos del país. Tanto las del antiguo Reino de León, hoy integradas en la autonomía de Castilla y León, como las de Extremadura compiten entre sí en liderar los datos de despoblación, envejecimiento y baja natalidad a la vez que ocupan los últimos puestos en actividad laboral y económica, lo que se traduce en en una emigración constante. Los datos son persistentes y el Oeste español pierde habitantes año tras año desde hace mucho y se distancia más cada vez de un país cuyos principales ejes de desarrollo van en otras direcciones. Incluso dentro de la autonomía de Castilla y León, construida con los restos de una Castilla la Vieja de la que las provincias más ricas (Santander y Logroño) huyeron y las tres provincias leonesas: León, Zamora y Salamanca, la desproporción es más que notable, siendo las castellanas las más beneficiadas por la capitalidad de hecho de Valladolid y por el eje de desarrollo entre esta ciudad y Burgos, que concita la casi totalidad de la actividad industrial de la autonomía. Y, sin embargo, nadie hace nada por intentar ponerle remedio a esa situación, al revés, parece que para los gobiernos, sea cual sea el partido que esté a su frente, el Oeste español es invisible. El abandono que durante siglos hizo que el territorio fuera refugio de perseguidos (los judíos entre ellos) se mantiene a día de hoy, si bien en estos momentos quienes habitan en esos lugares no necesitan esconderse. Al contrario, lo que quieren es que los vean.
En 1994, casi coincidiendo con la inauguración de la allta velocidad en España, el Gobierno de Felipe González cerró la línea férrea entre Astorga, en León, y Plasencia, en Extremadura, con el argumento de su improductividad. Se echaba así el candado a la única vía de comunicación directa entre las diferentes provincias del Oeste, una vía centenaria e imprescindible para las poblaciones de su recorrido. El cierre de esa línea era un episodio más en el desmantelamiento del territorio, pero también un símbolo: era la milenaria vía romana de la Plata la que se clausuraba con aquella línea. Ahora, treinta años después de aquelcierre, las gentes de la región quieren volver a resucitar la línea sabedores de su significado histórico y de su importancia vertebradora y económica, pero se encuentran con el silencio de las autoridades. O con respuestas evasivas, como la que el Gobierno ha dado estos días posponiendo hasta el 2040 una hipotética reapertura tras el rechazo de la Unión Europea a incluir la línea Astorga-Plasencia en la Red Básica Europea de Transportes (tampoco parece que el Gobierno español insistiera mucho). Para entonces posiblemente ya no quedará nadie por aquellas tierras que pueda utilizar el tren.
Hace ya un siglo Miguel de Unamuno, un enamorado del Oeste español, alzó la voz para denunciar su marginación y atraso. Si hoy volviera, posiblemente escribiría lo mismo que escribió entonces.
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