Opinión | EL TRIÁNGULO
‘Underground’
Ha caído otro bomba sobre Gaza y la muerte invade los hospitales y las calles y pienso cuántas Kiyoza Izumi tiene que haber ahora mismo en ese pedazo de tierra

Un bombardeo israelí sobre Jan Yunis, en la Franja de Gaza. / Europa Press
eleyendo el libro de Haruki Murakami Underground es fácil darse cuenta de que hay dolencias peores que las dolencias y son aquellas que se presentan en forma de terrorismo salvaje deshaciendo vidas y dejando a sus protagonistas en el lado más brutal, moribundos y en una nube de contaminación que todo lo destroza e interrumpe. En el libro hay un pasaje, protagonizado por una de las víctimas, Kiyoza Izumi, que relata con precisión tres momentos que ella vive tras el ataque con gas sarín en el metro de Tokio en la línea Chiyoda en marzo de 1995. En ese documento cuenta el infierno que vio y relata cómo tres empleados del metro estaban tendidos en el suelo con una cuchara dentro de la boca para hacer palanca e impedir que se tragaran la lengua y así, precisa, permanecieron durante una hora y media mientras en la acera de enfrente la vida seguía con su rutina y la gente marchaba hacia sus trabajos como si la otra acera, aquella en la que el horror lo asolaba todo, no existiera; también habla de una mujer joven que está junto a ella, sollozando, aterrorizada tras haber sido otra de las víctimas y con palabras que empañan el alma explica: "A su lado había un hombre mayor que echaba espuma por la boca. Nunca hubiera imaginado que un ser humano fuera capaz de expulsar semejantes espumarajos. Le desabroché la camisa, le aflojé el cinturón...". La tercera escena habla de sí misma: aquella mañana se había levantado enferma, pero fue a trabajar y en el camino se le cruzó ese gas que destrozó sus vísceras o eso pensó, pero ella no se detuvo, ayudó hasta que una hora y media después llegó la primera ambulancia y en ese estado se marchó al trabajo, hasta que su cuerpo no resistió más y tuvo que ser ingresada en el hospital. Sobrevivió.
Cuando lees Underground por momentos quieres pensar que es una novela y que aquel atentado contra la población civil, inadvertida e indefensa, no existió jamás, pero entonces recuerdas las torres gemelas, el tren de Madrid en aquel terrible 11 M y te das cuenta de que somos nuestro propio lobo y que cada zarpazo tiene una consecuencia directa y la primera de ellas es sembrar el terror que todo lo justifica y alimenta.
Ha caído otro bomba sobre Gaza y la muerte invade los hospitales y las calles y pienso cuántas Kiyoza Izumi tiene que haber ahora mismo en ese pedazo de tierra y todas ellas son igualmente necesarias para acallar los gritos y minimizar el dolor cuando los gritos son mudos y el dolor es peor que el propio dolor.
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