Inesperada propuesta Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos

A bodas nos convidan

Dos lectores de mis columnas me escribieron invitándome a su casorio. Pero no como simple invitado, sino como oficiante

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Una pareja se coloca las alianzas en la celebración de su boda

Una pareja se coloca las alianzas en la celebración de su boda / Ricardo Rubio / Europa Press

Este domingo voy de boda. Dicho así, parece poca cosa para un artículo, ya que ni siquiera se trata de la mía. Sucede que dos lectores de mis columnas me escribieron invitándome a su casorio. Pero no como simple invitado, sino como oficiante. Vaya, que quieren que los case yo. En mi vida me he visto en tal aprieto, que diría Lope. Uno está acostumbrado a que le escriban lectores desconocidos, aunque por desgracia son muchos más los que me felicitan que los que me insultan y amenazan, habrá que mejorar en algo, ya sostenía Julio Camba que una carta con amenazas es una medalla que te permite ir al despacho del director a reclamar aumento de sueldo, mientras que un admirador es un oprobio. Lo que jamás me había sucedido es que me solicitaran de casamentero, eso a Camba lo hundiría del todo.

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Imagino que Ismael y Mary -así se llaman los dos enamorados- querrán que, antes de darle permiso al primero para besar a la novia, un piquito consentido por escrito para que no haya denuncias, pronuncie unas palabras ante invitados y familiares. En eso estoy desde hace días. Ya que se declaran lectores fieles, supongo que esperan ver aparecer ahí -en mis palabras, no en la boda- al Vivales, la amnistía, los lacistas, el niño barbudo, la giganta, Irene Montero, las chicas del fútbol, el pesado de Zelenski y, en fin, toda la fauna, hasta el mosso por la independencia, Daffyd Donaire. Y la Rahola, claro, cómo no va a aparecer la Rahola, sin la Rahola no hay boda. Si no esperaran eso, se apañarían con un cura de alguna parroquia cercana, que además están cada vez más ociosos por falta de clientela y no ha nacido capellán que rechace un ágape nupcial. No será fácil incluir a todos los mencionados en un sermón de casorio, pero se intentará. Aunque sea para ganarme el banquete, que yo voy para comer y beber de gorra, que si no, a buenas horas. Algo así como “deseo que vuestro matrimonio no sea de vuelo gallináceo como la republiqueta” o “Ismael, no se te ocurra abandonar con nocturnidad y alevosía a tu señora para irte a vivir con un pianista, como el Vivales”, creo que pueden dar el pego y son pura pedagogía.

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Aunque igual lo que valoran los contrayentes no son mis escritos sino mi experiencia, que voy ya por la tercera mujer, y sumando. En ese caso, algunos consejos podré ofrecerles, más sobre lo que no deben hacer que sobre lo que deben, que más sabe el divorciado por viejo que por divorciado. Por ejemplo, no mentir jamás al cónyuge sino solo cambiar de opinión, que si explicación tan estúpida le sirve a Sánchez para mantenerse en el poder, más ha de servirles a ellos para mantenerse casados. Que sepan, eso sí, que en el mundo de la pareja no existe la amnistía, un tropezón es para siempre, a diferencia de lo que sucede en la política española si te faltan cuatro votos en el Congreso. Lo que es seguro es que no pretenden que en plena boda les convierta el agua en vino, para eso no invitas a un periodista, sino al hijo de Dios, que te lo soluciona en un pis pas aunque, eso sí, se presenta ahí con la madre y doce amigos.

Cabe incluso la posibilidad de que todo sea una encerrona, no crean que no se me ha pasado por la cabeza. ¿Y si Mary e Ismael es en realidad el nombre de una célula lacista dispuesta a alcanzar la republiqueta mediante el eficaz método de exterminar a los desafectos al régimen? Pues mejor todavía. Si Camba estaba en lo cierto, podría solicitar por fin a mi director el ansiado aumento de sueldo, que ni para comer me llega y me tengo que alimentar en las bodas, casando gente.