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Palos en las ruedas de la acción climática

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Ciudad de Barcelona bajo un episodio de contaminación

Ciudad de Barcelona bajo un episodio de contaminación

“La humanidad ha abierto las puertas del infierno”, afirmó el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, en la apertura de la Cumbre de la Ambición Climática. Lejos de ser fruto de un diagnóstico alarmista o sonar a exageración extemporánea, las palabras de Guterres no son más que la conclusión a que los foros especializados han llegado y una parte cada vez mayor de la opinión pública comparte con ellos. La relación de anormalidades climáticas de los últimos años no deja lugar a dudas: el riesgo es extremo y es una irresponsabilidad demorar actuaciones determinantes para evitar el desastre. A dos meses del inicio en Dubai de la Cumbre del Clima de la ONU (COP28), el objetivo de limitar a 1,5 grados la temperatura media del planeta se antoja cuando menos problemático si no se concretan reformas radicales.

Sucede que en igual medida que proliferan las voces que alertan de la cercanía de la catástrofe, se multiplican las decisiones políticas en sentido del todo contrario a lo que urge hacer. Así, el primer ministro del Reino Unido, Rishi Sunak, ha decidido retrasar a 2035 el límite para la venta de vehículos nuevos equipados con motor de combustión -en 2020, Boris Johnson fijó la fecha en 2030-, un cambio que puede considerarse menor porque 2035 es el mismo año acordado por la Unión Europea, pero que pone de relieve la capacidad de presión de los fabricantes, que en su día acogieron con disgusto el anuncio de Johnson.

Todo ello al mismo tiempo que la conurbación de Londres restringe al máximo la circulación privada y que, por el contrario, alcaldes del PP y de Vox en España se afanan en eliminar carriles bici -para facilitar la circulación de coches- y en retrasar la demarcación de las zonas de bajas emisiones con el pretexto populista de que no quieren castigar a quienes, propietarios de vehículos viejos, carecen de recursos para comprar uno nuevo. Dicho de otra forma: ya no hace falta ser negacionista; es suficiente ejercitarse en la palabrería más simplista.

Algo más refinados son los argumentos de quienes plantean el gran dilema: o acción climática o crecimiento económico; o saneamiento del medio ambiente con decrecimiento o desarrollo económico. Ian Bremmer, presidente del Eurasian Group, niega la mayor, se apoya en datos solventes para concluir que tal contradicción no se ajusta a la realidad. “Hasta hace muy poco, los combustibles fósiles altamente contaminantes (especialmente el carbón) eran, con diferencia, las fuentes de energía más baratas disponibles. Las energías renovables no se acercaban. Pero en la última década, el precio no subsidiado de la electricidad procedente de la energía solar y eólica disminuyó el 89% y el 69%, respectivamente. Y el coste de las baterías de iones de litio, necesarias para suavizar el suministro intermitente de energía solar y eólica, ha disminuido el 90%. Como resultado, las nuevas plantas de energía solar han pasado de ser el 710% más caras que las plantas de combustibles fósiles en 2010 a ser el 29% más baratas ahora, y las nuevas plantas eólicas terrestres han pasado, de ser el 95% más caras a ser el 52% más baratas que las plantas de combustibles fósiles más baratas en el mismo período”, recoge Bremmer.

El punto débil del análisis de Bremmer tiene que ver con la impresión cada día más compartida por la comunidad científica de que no es posible un crecimiento ilimitado en un espacio con recursos limitados y exigencias inaplazables para poner a salvo el medio ambiente. Porque las nuevas fuentes de energía tienen también un coste ecológico y las nuevas tecnologías tienen un gran impacto en el precio que paga el planeta a causa de su crecimiento. Plantear los cambios necesarios en términos estrictos de coste-beneficio es un mal camino para dar con la salida del laberinto y, en cambio, lleva directamente al desastre climático con un aumento medio de la temperatura que puede alcanzar los 2,8 grados. Algo moralmente inasumible y un lastre sin paliativos para las futuras generaciones.

El filósofo italiano Norberto Bobbio (1909-2004) dejó dicho: “La lista de los derechos del hombre se modificó y continúa modificándose con el cambio de las condiciones históricas, o sea de las carencias y de los intereses de las clases en el poder”. El desafío ecológico no escapa a tal lógica; el hecho de que Dubai acoja la COP28, tampoco. Cuando uno de los grandes problemas que hay que afrontar es la contracción del uso de los combustibles fósiles hasta prescindir de ellos, resulta paradójico que un gran exportador de tal fuente de energía acoja los debates. Resulta tan sorprendente como lo sería que una monarquía absoluta como la saudí prestara su suelo a una conferencia de la ONU sobre derechos humanos… Aunque, por desgracia, no es descartable.

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Pero acaso esa contradicción en términos en el caso de Dubai no sea tal, sino que es el reflejo de un esquema circular del que la trama de intereses en torno al modelo productivo y de desarrollo impide dar con la salida. Volvamos a Norberto Bobbio: “Creemos saber que existe una salida, pero no sabemos dónde está. No habiendo nadie que desde fuera nos la pueda indicar, debemos encontrarla por nosotros mismos. Lo que el laberinto enseña no es dónde está la salida, sino cuáles son los caminos que no llevan a ninguna parte”. Estos últimos, los caminos que no llevan a parte alguna más allá de agravar la emergencia climática, son de sobra conocidos y quizá sea ya hora de señalar no solo a los negacionistas de lo evidente, sino también a aquellos que saben cuáles son las dimensiones del reto y cuáles las salidas para evitar que las puertas del infierno estén cada vez más abiertas, pero no hacen nada para evitarlo. Se trata de una exigencia moral ineludible para que el planeta deje de estar sometido a un desgaste insostenible.