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Puigdemont, Ricardo III el jabalí

De nuevo, como siempre, Puigdemont ignora -desprecia- a gran parte de Catalunya

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Carles Puigdemont y Yolanda Díaz se reúnen en el Parlamento Europeo

Carles Puigdemont y Yolanda Díaz se reúnen en el Parlamento Europeo

"Me lo merezco. Años y años de remar en piscinas de leche merengada con actores mediocres, papeles secundarios o protagónicos en obras de pacotilla hasta que, un día, alguien pone un escalón a la altura de mis muy destacadas posibilidades. Y, ahora sí, ahora compondré un verdadero personaje, maravillaré a quienes me vengan a ver, ganaré todos los premios, saldré en revistas, seré el orgullo de mi familia, de mi país". Y un soberbio, jactancioso, ácido, desdeñoso, sarcástico y, por encima de todo, brillante Joan Carreras se transmuta en el escenario de La Villarroel (Barcelona) en el actor que roza su sueño: interpretar a Ricardo III de Shakespeare. Se apagan los focos de la fascinante 'Història d’un senglar (o alguna cosa de Ricard)', monólogo de Gabriel Calderón.  

Y se encienden en otro escenario: Bruselas. Una ‘senyera’, una bandera de Europa y una lona que enuncia ‘President Carles Puigdemont’. El protagonista no es un actor, al menos no un actor al uso, tampoco un rey, pero esta semana ha vivido un momento de gloria esperado durante largos años. Para la ocasión, Puigdemont apeó la prosa incendiaria tuitera y eligió las prendas de político comedido. Estadista, le llaman. Ay. 

Esbozó las condiciones para empezar a negociar la investidura de Sánchez. El monólogo esboza una posibilidad de diálogo. Políticos, juristas, expertos y espontáneos estudiarán el encaje de bolillos. Pero tan importante resultan los términos de la conversación como los invitados a formar parte de ella. Y, de nuevo, como siempre, Puigdemont ignora -desprecia- a gran parte de Catalunya.  

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El ‘procés’ fagocitó y retorció los símbolos, la historia, la cultura, los movimientos y las organizaciones sociales. Un nacionalismo desenfrenado escupió a los márgenes de la traición a los ajenos a la aspiración independentista. La carambola electoral ha abierto un nuevo capítulo. Puede escribirse como una simple transacción oportunista o como una oportunidad para la reconciliación. Como tal, la amnistía tendría sentido, pero también el reconocimiento de los expulsados. La pulsión identitaria derivó en expresiones de odio que el tiempo -y la generosidad de muchos- han ido atenuando. En estas negociaciones también debe articularse un lenguaje de afirmación colectiva y cohesionada.  

"Mi reino por un caballo", clama Ricardo III asediado en la batalla. "Mi reino por un espectador inteligente", ruega Carreras en el teatro. Mi reino por formar parte de la historia, parece reivindicar Puigdemont. Que sea, pero solo si es la historia de todos.