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Una pareja anciana sentada en un banco.

Una pareja anciana sentada en un banco.

Se encuentran en la portería y salen a la calle con paso determinado. No es que impriman urgencia a los andares, ni el cuerpo ni los calores lo permiten, pero su pensamiento avanza como las tropas hacia su objetivo. Porque ellas tienen un destino, justo tres calles al norte. El paseo de cada mañana. Ir y volver. Por el camino, compran el diario, cada una su cabecera preferida. En días alternos, una barra pequeña de pan de Viena. La medida perfecta para dos días. Pero las compras vienen después, cuando ya han cumplido su misión. 

Mientras marchan en perfecta formación de a dos, saludan a unos y otros. El portero de la finca contigua, el vecino del ático, la hija de la farmacéutica… Es lo que tiene toda una vida en el barrio. Entre ellas, hablan de sus cosas, de todo y de nada. La charla de la compañía. Y saltan del trabajo de un nieto a la receta de la crema de calabacín o al qué calor, por dios, qué calor. Dicen que mañana aflojará. Veremos. Sí, veremos. 

Caminan por la sombra. En la acera opuesta a la del invierno. Con el frío, andan buscando el sol en el paisaje de asfalto. Ahora, el alivio a una canícula inmisericorde. Antes no hacía este calor, comenta una. No, antes no lo hacía. La invocación al pasado aguijonea la memoria. El repartidor de hielo. El helado de mantecado. Las hogueras en las calles…

Peinadas y maquilladas  

Ya se acercan. Nada más cruzar la calle verán si el objetivo está despejado. El semáforo se pone en ámbar, mejor esperar, no están para correrías. Una alarga el cuello y trata de divisar la estructura civil anhelada. Nada, le falta ángulo. Se retocan el peinado, ambas impecables. También lucen un suave maquillaje, aunque en el interior relumbran las pinturas de guerra. Luz verde. Vamos. Cuidado con las bicicletas. Sí, cuidado.  

Ya adelantan posiciones. Cinco. Cuatro. Tres. Dos. Uno... Vaya. Se miran entre ellas. No hace falta hablar. Tendrán que batallar por la posición. Toman aire, tensan el cuerpo. El paso se torna un poco más firme, incluso urgente. No sea que haya más enemigos al acecho. Adelante con la lucha de cada día: el banco. 

No un banco cualquiera. Ese. El único a la sombra en el radio de movimiento de las dos mujeres. El verano pasado no era así. Entonces, esos cinco bancos desocupados que ahora arden bajo el sol disfrutaban de un tupido techo vegetal. Tres hermosas moreras que, de un día para otro, fueron taladas. Un vecino comentó que sufrían una plaga. ¿O era un tipo de escarabajo? No lo recuerdan. Lo único que saben es que, desde hace unos meses, el único banco a la sombra se ha convertido en el objetivo militar más codiciado del vecindario. Decenas de comandos y lobos solitarios, algunos armados con bastones, han entrado en combate por él. 

El hombre del polo azul abandona la posición tan pronto ellas se aproximan. Pero el de la camisa de cuadros abre el diario y se escuda tras él, toda una declaración de intenciones. El saludo es cortés, la animosidad va por dentro. Hay calma tensa en el ambiente. Ellas se sientan. Empieza la batalla. 

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Él parece enfrascado en la lectura. Ellas, en la conversación. Hablan y hablan. Y no precisamente en voz baja. Tampoco podrían hacerlo, los oídos también andan resentidos. Pero, sobre todo, es que no quieren. La voz es su arma, su mejor arma. Él pasa la página. Ellas elevan un poco más el tono. Pasa un minuto. Un largo minuto. El hombre sigue encallado en la misma página. Ellas esbozan una sonrisa. Las señales auguran la victoria. Esas cejas ligeramente más juntas y bajas. Los labios tensos. En cuanto las aletas de la nariz se ensanchen, habrán ganado. 

El hombre cierra el diario con parsimonia. Se levanta con toda la agilidad que le permite esa rodilla pendiente de operación, se despide de las dos mujeres y se aleja todo lo erguido que puede. Ante todo, dignidad en la derrota. Ellas se relajan, se separan un poco y callan durante unos segundos, disfrutando del ligero frescor de la sombra. Cruzando la calle, aún fuera de su control visual, se aproxima el comando de la zona sur.