BLOGLOBAL

La cultura democrática, en riesgo el 23J

5
Se lee en minutos
 Abascal, Díaz y Sánchez (‘Debate’, TVE).

Abascal, Díaz y Sánchez (‘Debate’, TVE).

Llegan las elecciones impregnadas de la sensación de que la cultura democrática debe superar una gran prueba frente a quienes pretenden socavarla. No se trata simplemente de una elección más en la que un bloque ideológico se mide a otro, cada uno con su programa y propuesta de futuro, sino que se arriesga en el lance la continuidad de alguno de los ingredientes esenciales de la democracia liberal. La situación no es nueva, por ella han pasado diferentes países de la Unión Europea, Estados Unidos, Brasil y algunos otros en los que ha arraigado la extrema derecha con fuerza inusitada, dispuesta a desandar el camino distintivo de las sociedades abiertas, del respeto al diferente, del reconocimiento irrestricto de los derechos del individuo y la autonomía de cada ciudadano para disponer de su cuerpo. Lo dijo Santiago Abascal en el debate a tres del miércoles: las cosas están cambiando, y citó a unos cuantos países -Suecia, Polonia Hungría, Italia, entre ellos- en los que la extrema derecha gobierna en solitario o en compañía de partidos conservadores.

El tiempo del cordón sanitario para mantener a la extrema derecha fuera de las instituciones caducó en España hace tiempo, de igual manera a como ha sucedido en otros lugares, y hoy no tiene el Partido Popular mayor problema en aliarse con Vox allí donde le permite ocupar áreas de gobierno -comunidades autónomas y municipios-, con deterioro manifiesto de derechos de toda índole. Ha dejado de ser preciso buscar referencias en la Hungría gobernada por Fidesz o en la Italia de Georgia Meloni para dar con la cultura política que supone abrir las instituciones al populismo ultra porque valen como ejemplos ilustrativos del proyecto de Vox los acontecimientos posteriores a las elecciones de mayo. Nadie puede llamarse a engaño: los riesgos que enfrenta la democracia liberal son claros y diáfanos.

Como dice el profesor Cas Mudde, de la Universidad de Georgia, “la ultraderecha se ha normalizado”. La victoria de Donald Trump en 2016 le proporcionó un líder global, alguien dispuesto a erosionar los cimientos de la tradición democrática occidental. Mediante la impugnación permanente del sistema dio carta de naturaleza a una idea de libertad detrás de la cual alienta un triple objetivo, encubierto por un discurso populista: jibarización del Estado, reducción de la libertad a cambio de más seguridad y neoliberalismo radical, que niega la emergencia climática para eludir la necesidad inaplazable de reformar en profundidad el modelo económico. La verborrea demagógica de Donald Trump, de Jair Bolsonaro, de Viktor Orbán y de otras figuras de referencia delimitan perfectamente el terreno de juego.

“La democracia liberal es el sistema en el que vivimos y al que a menudo nos referimos como democracia, pero en realidad es mucho más que eso. Combina la soberanía popular y el gobierno de la mayoría con los derechos de las minorías, con el Estado de derecho, con la separación de poderes, con la independencia de los medios de comunicación y del poder judicial, etcétera, etcétera”, dice el profesor Mudde. Sucede, sin embargo, que muchas veces se invoca la libertad democrática con un propósito torcido, “cuando alguien está llamando libertad no tanto a su derecho a hacer lo que le venga en gana, sino a su capacidad de dominar a los demás”, explica el profesor Daniel Innerarity. Y pone un ejemplo tan ilustrativo como el siguiente: cuando, durante la pandemia, hubo voces que reclamaron el derecho a decidir si usaban o no mascarilla, lo que en realidad reclamaban era algo equivalente al derecho a contagiar.

Muchas de esas mismas personas, que se oponían a una exigencia y obligación por razones sanitarias, son las mismas que se prodigan en discurso contra la ley del aborto, la de eutanasia, la que autoriza los matrimonios del mismo sexo, la conocida como ley trans, así como otras disposiciones y leyes que atañen a la libre decisión de los individuos. Son las mismas personas que no reconocen la violencia de género, que hablan de violencia intrafamiliar, que multiplican las vías de escape para garantizar la protección efectiva de las mujeres. Son las mismas, en fin, que cancelan una adaptación teatral de Orlando, la novela de Virginia Woolf, o que se oponen a la educación sexual en las escuelas (Santiago Abascal, la noche del miércoles en TVE).

Noticias relacionadas

La cultura democrática es exactamente lo contrario a todo eso. Socavarla es detener el reloj de la historia, hacerlo retroceder, negar el pluralismo, imponer un patrón, una ideología, una idea apolillada del Estado que reniega de la herencia europea y que se acoge a un nacionalismo trasnochado, a un neofranquismo redivivo. Ese es el gran reto. Desde 1977 hasta hoy la alternancia en el poder ha salvaguardado algunos valores fundamentales, incluso en situaciones y momentos muy difíciles. Dar entrada a Vox en el Gobierno si el PP no logra una mayoría suficiente, romperá algunos, bastantes, muchos consensos elementales, según cabe deducir de la experiencia acumulada el último mes y medio en autonomías y ayuntamientos.

La cultura democrática se apoya en un delicado sistema de equilibrios. La cultura democrática es a la vez vulnerable e indispensable, y precisa que cuantos creen en ella se plieguen a determinadas reglas, entre las que se cuenta aquella que proclama que no todo vale para alcanzar el poder. A partir de la deriva de Isabel Díaz Ayuso, que ha podido prescindir de Vox mediante la incorporación de algunos de los rasgos de Vox en su forma de gobernar con mayoría absoluta, ha cundido en el PP la idea de que cabe la victoria asumiendo parte del programa de la extrema derecha. Es posible que el recuento de votos dé la razón a los estrategas populares, pero es también muy posible que, en tal caso, salga dañada la cultura democrática. Ese es el partido que se juega el 23J.

Temas

Elecciones Vox