Política Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos

Reflexiones desde el exilio en Cala Montgó (1)

Me gusta ver caer a quienes están en lo más alto. Me basta con ver durante unos minutos el fracaso en su semblante

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Cala Montgó

Cala Montgó

Como cada año por estas fechas, escribo desde el exilio, que es como desde la fuga del Vivales se llama en Catalunya a estar una larga temporada sin trabajar. Mi dacha es más modesta que el casoplón de la Republiqueta, pero a cambio está en L'Escala, rodeada de turistas en biquini –cada año más reducidos– y no en Waterloo rodeado de Comín, Valtònyc y Matamala, usen o no biquini. Vaya lo uno por lo otro. Salgo ganando.

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Por primera vez, coincide mi exilio con unas elecciones. Espero que pierda Sánchez. No por nada en especial, solo por ser quien manda. Llevo toda una vida deseando la derrota de quien ostenta el poder, lo que equivale a toda una vida de satisfacciones ya que, antes o después, siempre acaba derrotado. Si a la hora de los brindis, Vázquez Montalbán alzaba la copa y gritaba "¡Por la caída del régimen! Qué régimen, no importa", yo alzo cada cerveza por la caída de quien gobierne, de qué partido sea, da igual.

Cuando Suárez, yo deseaba que Fraga o González lo echaran del gobierno. Cuando González, yo era hincha de Aznar, incluso antes lo fui de un tal Hernández Mancha a quien nadie recuerda, y un poco de Anguita, el pobre. Al gobernar Aznar, me hice de Zapatero, y cuando este llegó al Gobierno, mi mesías fue Rajoy. Con Rajoy, di apoyo a Sánchez. Ahora no me queda otra que desear el triunfo de Feijóo, pero en cuanto se siente en el banco azul seré fan incondicional del candidato socialista, que a buen seguro ya no será Sánchez, a quien me huelo que los suyos van a echar a los leones, ñam.

Tan peculiar visión de la política no se limita al Gobierno central. Lo mismo me ocurre con las elecciones autonómicas. Tras toda una juventud apoyando al candidato socialista que se acababa merendando Pujol, pude ir contra Maragall y contra Montilla, también contra Mas, contra el Vivales, contra Torra y contra el actual inquilino de la Generalitat, ni siquiera el hecho de que sea un infante hace que me apiade de él.

En el ayuntamiento de mi ciudad estuve contra Nadal –otra juventud perdida–, contra Pagans, contra el Vivales –ahí repetí–, contra Madrenas y ahora contra un tipo de la CUP y de clase alta –perdonen el pleonasmo– que para que nadie se llevara a engaño tomó posesión del cargo con americana y alpargatas de 'vetes', es decir, vistiendo como un pijo de la Costa Brava.

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Que a nadie se le ocurra llamarme chaquetero, todo lo contrario, no he variado jamás de postura política: me gusta ver caer a quienes están en lo más alto. No soy tan iluso de pensar que tras la derrota van a tener que ponerse a trabajar, eso no, me basta con ver durante unos minutos el fracaso en su semblante, incluso la incomprensión. "Con lo que yo he hecho por el pueblo, y así me lo agradece", parece decir su mirada de perro famélico.

A mí me da igual que Sánchez nos encerrara en casa inconstitucionalmente, que modificara a conveniencia los delitos de sedición y malversación, que indultara lacistas, que mantuviera en su Gobierno a unas ministras inútiles de Podemos o que a las puertas del fiasco no tenga más estrategia que azuzar el miedo a la derecha. Por mí, como si le pillan robando en una joyería para pagarse una dosis. Quiero que pierda porque es quien gobierna, eso es todo. Esa es mi satisfacción. Esa, y escribir desde una hamaca con vistas a biquinis que menguan cada temporada.