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Pablo Iglesias se despide

El exlíder de Podemos ha dado impulso a Vox y dejó al PSOE a punto de descalabro, en las elecciones del pasado 28 de mayo

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Yolanda Díaz y Pablo Iglesias, en el Congreso, en septiembre de 2019.

Yolanda Díaz y Pablo Iglesias, en el Congreso, en septiembre de 2019. / Jose Luis Roca

Pablo Iglesias llegó a la política del país de Oz haciendo valer los atributos de un mago. Había aprendido las técnicas del brujo al ir escenificando en las aulas universitarias la hiper-ideología de la indignación. Frecuentó los laboratorios del chavismo y al final, después de haber conseguido quitarle el sueño a Pedro Sánchez, hizo el sacrificio de ser vicepresidente del Gobierno con intención de domar el minotauro del poder antiguo. Quería aplicar las tesis de ruptura populista de Laclau y su mujer, Chantal Mouffe. Fue publicitando la ideología de género pero el poder era lo que siempre había querido, nominalmente para transformar España de pies a cabeza. Se trataba de una vieja añagaza: instalarse en el sistema para quebrarlo desde dentro. Con esas ambiciones cualquiera es capaz –como ha ocurrido con Podemos- de fomentar disfunciones públicas, siempre carísimas.

Indigestó a Pedro Sánchez y proporcionó grandes dosis vitamínicas a Yolanda Díaz. Al mismo tiempo, fomentaba tal incompetencia legislativa que iba a dañar electoralmente a su socio mayor en el Gobierno. Pero, para entonces, él ya se había reincorporado a la convulsión mediática. La demagogia antisistema tiene una duración limitada. Dejó a Yolanda Díaz al timón, pero ella ha acabado haciendo sus propias sumas y restas. A la izquierda de la izquierda, la unidad es más bien frágil y en el PSOE el malestar está trastornando las miradas. Va a ser una campaña de alta contaminación, de bulos y zancadillas, de torpezas y ocurrencias malditas. Si Sánchez ha propiciado el lanzamiento de Sumar, a la que se descuide puede tener más choques en campaña con Yolanda Díaz que con Núñez Feijóo. 

Ese será el regalo de despedida de Pablo Iglesias: haber dado impulso a Vox y dejar al PSOE a punto de descalabro en las elecciones del pasado 28 de mayo. El 23 de julio, después de votar, con los niños quejándose por no haber ido a la playa, sabremos hasta qué extremo ponerle despacho a Pablo Iglesias en la Moncloa ha dañado al PSOE. Podemos pretendió cambiar las hegemonías en la sociedad española. Laclau identificaba el movimiento político con el hiper-liderato. A eso aspiró Pablo Iglesias, equivocándose de lugar y tiempo. Ahora intenta tirar de los hilos desde la penumbra, en platós anacrónicos y sin audiencia. Qué cruel es la política y de qué poco vale creerse hiper-líder.

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Bipartidismo imperfecto

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Haber restaurado el neo-comunismo fugazmente es un mérito que a Pablo Iglesias no le quitará nadie. Propuso incluso una república plurinacional. Mientras tanto, vemos que la Unión Europea está en un momento decisivo y solo con gobiernos fuertes y rigurosos se podrá competir en el gran tablero.