LA ESPIRAL DE LA LIBRETA

Me acuerdo, 'I remember', 'je me souviens' (2)

Mapas inexplorados en la memoria mágica de la infancia

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Olga Merino

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Estábamos el otro día con que el padre del invento fue el norteamericano Joe Brainard, que arrancó sus ‘I remember’ en 1970 («me acuerdo de cuando te miras al espejo y te ves como un completo extraño»). Poco después, el francés Georges Perec, tan aficionado a los juegos lingüísticos, le tomó el relevo con sus ‘je me souviens’, encadenando imágenes, recuerdos y frases de corta extensión, a veces aforismos, hasta componer una suerte de autorretrato verbal («me acuerdo de que, hacia mediados de los años cincuenta, lo chic consistió durante una temporada en llevar en lugar de corbata unos cordones de una finura a veces extrema»). Resulta tan eficaz el mecanismo para desempolvar desvanes, para rescatar diapositivas del pasado, que también lo empleó Pier Paolo Pasolini, y Marcello Mastroianni en ‘Mi ricordo, sì, io mi ricordo’ («recuerdo un árbol grande de nísperos. Recuerdo el estupor y el encanto al ver los rascacielos de Nueva York al ponerse el sol»).

La estela del huracán

La mexicana Margo Glantz, sagaz tuitera a sus 93 años, redobló la apuesta de sus antecesores en ‘Yo también me acuerdo’ (Sexto Piso, 2014), apelando no solo al yo y al retrato generacional, sino al mundo entero, los viajes, los libros, las amistades, los ensueños. Una vida colmada. «Me acuerdo de que después de tan frecuentes y terribles huracanes, hasta el ánimo se nos ha humedecido».

El «me acuerdo» inocula una semilla envenenada. Empiezas a devanar la madeja, y el hilo arranca una sarta de fotografías medio veladas, tal vez retratos falseados. La ciénaga no tiene fondo.

Me acuerdo del día en que nació mi hermano. Mi tía abuela frio huevos y patatas para las dos. Luego me llevó a la clínica. Subimos las escaleras a pata.

Me acuerdo del verano en que destrozamos el trigal de Rosell (unas cuantas islas) cuando las espigas ya estaban dispuestas para la siega y el pan. Éramos cuatro o cinco mocosos; jugábamos a una manada de leones. No sabíamos ni nos importaba que en la sabana no crecieran el trigo ni la cebada.

Me acuerdo de Rodríguez de la Fuente.

Me acuerdo del pozo. Nos decían que el diablo estaba escondido en lo más hondo con una horca de las de aventar para ensartarnos si nos acercábamos demasiado.

Me acuerdo del pan con aceite y azúcar.

Me acuerdo de haberme clavado una astilla en la palma de la mano, de echarme polvos de azol y de que la herida cicatrizara con pus. Me acuerdo de mi abuela; tuvo el cuajo de arrancarme la costra y curarme.

Me acuerdo de cuando se coló un mochuelo en el tiro de la chimenea.

Me acuerdo de la melancolía de todos los septiembres.

No me acuerdo de quién dijo que la única verdad pervive en la memoria mágica de la infancia.   

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