Sobrevivir al minotauro Picasso
En la muerte de la pintora Françoise Gilot, compañera del genio durante una década
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Un día, paseando por Vallauris, Pablo Picasso se tropezó con el manillar de una bicicleta y supo de inmediato que aquel trozo de hierro sería la cornamenta de un cráneo de cabra. Días después, dándole vueltas a la escultura, convirtió una papelera de mimbre rota en el costillar del animal. Su mirada hacía el viaje inverso de la metáfora. Un genio. El artista total. El reinventor del arte. El chamán laico, lo llamaron. A buen seguro que resultaba extremadamente enriquecedor estar cerca de él en sus epifanías, pero al mismo tiempo la convivencia debía de ser un infierno, entregarse al altar sacrificial.
Pienso en la pintora Françoise Gilot, muerta el martes en Nueva York, a los 101 años, quien fue compañera del artista durante una década y le dio dos hijos, Paloma y Claude. Su obra está expuesta en el Metropolitan y el MoMA de Nueva York y el Pompidou de París, pero cabe preguntarse si habría llegado tan lejos de no haber entrado en el círculo de Picasso y permanecido siempre bajo su sombra, para lo bueno y para lo fatal. ¿Quién tomó más de quién? Gilot ha pasado a la historia como la única mujer que, dicen, se atrevió a abandonarle.
Siete mujeres
Como casi todos los grandes artistas, el autor de ‘Las señoritas de Avignon’ vampirizaba cuanto le rodeaba. Cada una de las siete mujeres con las que compartió lecho y vida representaron otras tantas etapas, otros tantos estilos pictóricos, después de estrujarles la esencia como a limones. En su ‘memoir’ ‘Vida con Picasso’, escrita junto con el crítico literario Carlton Lake, Gilot cuenta que en una ocasión la pareja se encontraba contemplando el baile del polvo bajo la luz del sol, y el artista le dijo: «Nadie tiene importancia real para mí. Por lo que a mí respecta, las personas son como esas pequeñas motas. Solo se necesita un golpe de escoba y desaparecen». Más tarde, enojado por su falta de atención hacia él, le quemó la mejilla con la brasa de un cigarrillo. Destruir para crear. La incapacidad de amar.
Junto con Rembrandt y Frida Kahlo, Picasso fue uno de los artistas que más veces se autorretrató. En el último, hecho con lápices de colores el 30 de junio de 1972, sobresalen los ojos, como almendras enormes, pero sin la incandescencia característica de su pupila. Se trata de una mirada borrosa, vulnerable y asustada, como si el sujeto observara hacia dentro. Quizá fuera efecto de la edad y la proximidad de la muerte. O tal vez la verdad al fin desnuda: la terrible soledad del minotauro en el centro del laberinto. Insaciable, insatisfecho, siempre en la gesta de ir un paso más allá.
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