Impudicia política
Collboni se ofrece a hablar con el PP, y lo hace el mismo día que Sánchez hace un desesperado llamamiento a frenar a "la peor derecha de la historia"
Pilar Rahola
Periodista y escritora
A pesar de que el 'show' más vistoso de estos días lo ha protagonizado la gente de Comuns haciendo un sonoro 'Trump' con los resultados electorales -tal vez asustados por la cantidad de sueldos públicos que dejarán de cobrar-, el más vergonzoso lo ha protagonizado Jaume Collboni, con el PSOE como caja de resonancia. Y no solo por los pocos escrúpulos de reclamar con vehemencia, dos días antes de las elecciones, que tenía que gobernar la lista más votada, y exclamar lo contrario la misma noche electoral, una vez probado el gusto de la derrota.
Es evidente que esto lo ha dejado muy retratado, pero no es peor que haber maquinado con Manuel Valls para rapiñar la alcaldía a Ernest Maragall. Collboni debe de pertenecer a aquel tipo de políticos diletantes que consideran que nada importa, convencidos que el estómago del poder lo digiere todo. Y desgraciadamente así es.
Pero este doble discurso –doble moral– que ha practicado el líder socialista no ha sido lo más vergonzoso de los socialistas en sus desesperadas maniobras por retener el poder de la capital catalana. Lo más grave y –si me permiten la expresión– lo más bestia ha sido el coqueteo con el PP, practicado con total impudicia a los dos lados del puente aéreo. Primero gritan a diestro y siniestro que "han ganado las fuerzas progresistas" en Barcelona y que tiene que salir un gobierno, aunque sea con fórceps. Complicada la cantinela del progresismo y bla bla, a raíz de la negativa de ERC de entrar en el juego, el señor Collboni saca 'el Sant Cristo gros' y se ofrece a hablar con el PP, y lo hace el mismo día que Pedro Sánchez protagoniza un desesperado llamamiento a frenar "la peor derecha de la historia".
Siniestra o razonable
Es decir, para que nos entendamos: en España el PP es una opción siniestra y peligrosa que nos traerá un tsunami reaccionario, y en Barcelona es una opción razonable y ordenada que permitirá un gobierno progresista. ¿Comoo? ¿Será que Catalunya ya es independiente, y el PP 'nostrat' no tiene nada que ver con ese monstruo de colmillos afilados que, según el presidente Sánchez, anuncia el fin del mundo?
Pero la sorprendente disglosia ideológica –por decirlo con una licencia retórica– no ha quedado en un estrambótico gesto de Jaume Collboni, que va tan desesperado que, como me atreví a decir en mi canal de YouTube, parece una gallina descabezada corriendo sobre la mesa. Ciertamente, podría parecer una jugada hecha por el PSC en Barcelona, con el PSOE silbando y mirando hacia otro lado, mientras continúa con sus llamamientos a frenar el neofascismo galopante. Pero no ha sido el caso, y por si no había quedado bastante claro, la ministra de Hacienda y, sobre todo, vicesecretaria general del PSOE, la señora María Jesús Montero, ha hecho una súplica lacrimógena al PP para que facilite la investidura de Collboni, con la excusa de que "hay que parar el independentismo".
Más allá de las convicciones
Es decir, en Madrid el señor Feijóo resulta la encarnación de la maldad reaccionaria y la vanguardia de una etapa oscura y retrógrada de España, y en Barcelona, el señor Sirera es el artífice de una etapa gloriosa de 'colaus, 'collbonis' y otras alegrías. ¿Cómo se come? ¿Se puede considerar al PP purria durante todos los días de campaña, excepto el 17 de junio, cuando hará falta su ayuda para birlar la alcaldía al señor Trias? ¿Tan pronto como tuviera la vara de alcalde, Sirera volvería a formar parte del ejército de la caverna casposa? ¿Trias volvería a ser visto como un señor de Barcelona o todavía sería la representación de la perfidia independentista? Y peor aún, ¿cómo casa que quieran frenar a Trias por 'indepe' y quieran los votos de Ernest Maragall, que diría que viste la misma camisa?
En definitiva es un disparate demagógico –y una poca vergüenza política– que esconde una única verdad: la obsesión por retener el poder, más allá de las promesas, las convicciones y los compromisos y, sobre todo, más allá del pudor. Es decir, el poder por el poder, revestido de tantos giros y excusas retóricas que queda completamente al desnudo.
La voluntad de hacer política no tendría que estar reñida con la capacidad de reconocer la derrota, respetar al vencedor y no intentar arrebatarle el cargo con alianzas antinatura. Claro que, cuando ya te has encamado con Valls para birlarle la alcaldía a Maragall, no viene de un Sirera cualquiera.
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