Crisis climática

¿Probamos con lo del tren?

El precio de los combustibles es el mejor aliado para ahora sí, apostar por el transporte ferroviario como alternativa a los vuelos como última oportunidad para frenar el avance de la crisis climática

Leonard Beard ilustración trenes

Leonard Beard ilustración trenes / Leonard Beard

Carol Álvarez

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Amenazas, predicciones alarmistas, llamadas a la acción inmediata ante desastres que se avecinan son la tónica de estos tiempos. La pandemia que encadenó con la guerra de Ucrania, la crisis económica y el acelerón del cambio climático han sido un test de estrés para la humanidad, y no parece que estemos sacando buena nota de los exámenes. Ante las crisis globalizadas, los parches que ponen aquí y allá los países me retrotraen al aula en una jornada de exámenes. Miramos de soslayo al compañero de pupitre, cuando nos enfrentamos a un papel en blanco o con garabatos más o menos convincentes, puede que acertados. Pero nos atrae la atención su gesto compulsivo, como si tuviera claras las respuestas a todas las preguntas, y nos esforzamos por descifrar su letra y quizá copiar.

Un poco así estamos todos. Ante la necesidad de reducir emisiones, contaminar menos, por qué no empezar por los vuelos: los reducimos y apostamos en su lugar por los trenes. Los vecinos franceses llevan la delantera en el examen. Han vetado los vuelos que puedan ser sustituidos por una ruta ferroviaria de menos de dos horas y media. La vida a dos horas y media sería así una nueva unidad de tiempo y sostenibilidad, el equivalente al concepto de la ciudad de 15 minutos, donde se conciben todos tus servicios y trabajo, cotidianeidad, en ese radio de acción.

El caso australiano

El debate por la urgencia del cambio de modelo ha llegado hasta las antípodas: Australia es uno de los países que menos ha apostado tradicionalmente por los trenes y que supera sus largas distancias interiores por los cielos. El precio disparado del combustible es clave para empujar la agenda climática, con todo, o sus habitantes quedarán condenados a no moverse de sus regiones, sin poder viajar por su país. Si sus dos principales ciudades, Sídney y Melbourne, están separadas por 800 kilómetros, la distancia solo se salva fácil con un trayecto aéreo de dos horas y media. En coche se va el tiempo de viaje nueve horas y en tren, a 11.

Salta a la vista que tienen un problema, y los planes ambiciosos para llevar un tren rápido a la ruta más utilizada, una suerte de Barcelona-Madrid, han dormido el sueño de los justos en un cajón hasta ahora, que han sido desempolvados y descartados otra vez. La revisión de su modelo no puede ser más frustrante. 'The Guardian' ha publicado un estudio con la contribución del Grattan Institute y expertos en transportes y en bajas emisiones que determina que no existe una fórmula más rápida, más económica y más ecológica de moverse, pero el tren sería lo más conveniente si no tienes prisa. Porque para apostar sin dudas por el transporte ferroviario hace ya años que debería haberse puesto en marcha un plan de infraestructuras con vías para trenes rápidos, un plan que como mínimo cubriera la ruta de Melbourne y Sídney, que resulta que es la quinta con más afluencia de viajeros del mundo, con más de 8 millones de viajeros al año. Las políticas cortoplacistas, el miedo a la deuda que generan, han hecho inviable en Australia la lucha contrarreloj contra las emisiones. Su pasado ya no tiene arreglo, se ha tirado la toalla de la sostenibilidad en este flanco.

¿Podremos en Catalunya, en España, aprender de los fallos de los demás, si tanto cuesta superar los nuestros, y apostar de una vez por una red ferroviaria en condiciones?

Ya es muy tarde cada vez para más cosas, un panel internacional de expertos advertía esta semana de que el avance de la crisis climática supone una «amenaza existencial» y ya hemos roto siete de los ocho límites seguros para la salud del planeta. ¿Probamos con lo del tren?

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