Despedidas

No hay final bueno

Queremos evitar los 'spoilers' pero en realidad hay un final que todos sabemos (que no estaremos aquí para siempre)

Poster 'Succession'

Poster 'Succession' / HBO Max

Miqui Otero

Miqui Otero

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Mira que llevamos tiempo haciéndolo y qué mal se nos da despedirnos. Qué difíciles, los finales: quizás por eso, estoy tecleando este primer párrafo y pensando ya en el último. 

En realidad, no llevamos tantas eras haciéndolo. Cuenta el primatólogo Desmond Morris que nuestros antepasados biológicos, chimpancés y bonobos, se dicen "hola" con un gesto cuando se descubren de repente después de un tiempo, pero que, sin embargo, no saben despedirse (porque decir "adiós" implica una idea de futuro, de que no se volverán a ver, que no manejan). 

Con los finales sucede como con la 'Trampa 22' de la novela de Joseph Heller, una paradoja: si algo nos gusta, no queremos que se acabe, pero si lo odiamos, intentaremos no llegar al final. No hay final bueno y, por eso, las despedidas más largas normalmente son la promesa de que en realidad se volverá y las definitivas pasan sin darnos cuenta (como sucede, por ejemplo, con el ruido del extractor de la cocina: echamos de repente en falta algo y nos damos cuenta del alivio del silencio).

Sucede con las series de más éxito, como estos días con el final de 'Succession'. Es muy difícil que el final de una ficción favorita colme expectativas. Miren, por ejemplo, ese final místico y difícil de entender de 'Perdidos': una serie basada en la idea de abrir más y más caminos narrativos no podía acabar bien ante la idea de no poder abrir 20 más. O con el de 'Los Soprano', con esa escena final más abierta que la boca del espectador (yo mismo hice la ruta temática de la serie en Nueva Jersey y era curioso cómo los fans nos sentábamos en esa mesa del 'dinner' a comer, como la familia mafiosa, aros de cebolla, quizás para entender el final y temiendo que entrara alguien a dispararnos).

A veces sí son brillantes. Es el caso del de 'Mad Men'. Don Draper hace un retiro espiritual y justo ahí, haciendo meditación con una especie de túnica de lino blanco, se da cuenta de cómo capitalizar toda esa espiritualidad 'new age' para un anuncio de Coca-Cola (es la idea que expuso Thomas Frank en 'La conquista de lo cool': "La contracultura de una generación es la plantilla comercial de la siguiente"; es decir, todo está en venta y todo idealismo se asimila).

Y, sin embargo, pocos recuerdan ese final, cualquiera de esos finales, porque si echamos la vista atrás nos vienen momentos puntuales (y a veces no cruciales) de la vida, de la serie. "Els finals són tots iguals: capses i cotxades, rodes i pals", cantaban los mallorquines Da Souza. Queremos evitar los 'spoilers' pero en realidad hay un final que todos sabemos (que no estaremos aquí para siempre) y quizás por eso los finales no son tan importantes.

Decía que estos días se habla del final de 'Succession', aunque en estos momentos no puede importarme menos. Tecleo esto (esto que es casi un final, a estas alturas del texto) minutos antes de coger un coche e ir al velatorio de un familiar cercano. Me gustaría despertarme, como en el final de 'Los Serrano', y que todo haya sido un sueño, pero lamentablemente la vida no acepta guiones tan efectistas.

El 'rosebud' del familiar sería otra palabra, en este caso la palabra 'pénjamo' (un bizcocho que esa persona hacía y que estaba riquísimo). El final, por ejemplo, es escuchar esa palabra y pensar que no podrás probarlo una vez más. Y entonces planchar una camisa negra, desayunar galletas y arrancar el coche de alquiler para ir al tanatorio. Supongo que esta columna acaba cuando ese Opel Corsa azul eléctrico desaparezca después de la curva de esa aldea gallega, mientras el conductor piensa en pénjamos, máquinas de coser, partidas a la brisca y columnas que acaban mal, porque lo que no quieres que acabe no puede acabar bien.

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