Debacle

Editorial

Los editoriales están elaborados por el equipo de Opinión de El Periódico y la dirección editorial

Editorial

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El camino a la irrelevancia de Ciudadanos

Una vez ha renunciado a presentarse a unas generales, afirmar que el partido volverá es un autoengaño

Inés Arrimadas y Edmundo Bals

Inés Arrimadas y Edmundo Bals / DAVID CASTRO

La cuenta atrás para la desaparición de Ciudadanos (Cs) empezó hace cuatro años, cuando Albert Rivera se creyó que podía superar al PP y convertirse en el nuevo líder de la derecha española y en aspirante a la presidencia del Gobierno hasta que se dio de bruces con la realidad. Desde entonces hasta hoy, Cs ha sido un partido sin liderazgo, con una política errática, que retrocedía en cada elección hasta la decisión tomada el martes de no concurrir a las elecciones anticipadas del 23 de julio.

Ciudadanos se fundó en 2006 para combatir el nacionalismo catalán y debutó en el Parlament con tres diputados, después obtuvo nueve y en las elecciones de 2017, convocadas tras la aplicación del artículo 155 de la Constitución para abortar la declaración unilateral de independencia (DUI), se erigió, con 36 diputados, en la primera fuerza política en Catalunya. Era la primera vez que un partido alejado de la tradición catalanista ganaba unas elecciones al Parlament.

Dos años antes, en 2015, Rivera ya había dado el salto a la política española, con un éxito inesperado, al conseguir 40 diputados y 3,5 millones de votos. En abril de 2019, Cs alcanzó la cima con 57 diputados y más de cuatro millones de sufragios, a solo 200.000 de alcanzar al PP, que tuvo el peor resultado de su historia. Esta situación deslumbró a Rivera, que rechazó un pacto con el PSOE e imprimió al partido un brutal giro a la derecha, con un lenguaje -«la banda de Sánchez»- que desbordaba al propio PP y una imagen -la foto de la plaza de Colón- de aliado de la derecha y de la extrema derecha. Los electores de centro liberal, que querían un partido bisagra -el estado natural del proyecto con el que Cs se presentó en la política española, que hubiera podido contribuir a la gobernabilidad-, le abandonaron y los claramente de derechas volvieron a su nicho natural. El descalabro en noviembre de ese año fue mayúsculo: pasó de 57 a 10 diputados.

Desde entonces, los votos de Cs solo sirvieron para apuntalar a la derecha, sin ningún valor diferencial. Para eso ya estaba el PP. Rivera abandonó la política y tomó su relevo Inés Arrimadas, que, después de volver al flirtear con el PSOE -al que apoyó en la fallida moción de censura de Murcia-, regresó a la derecha y se convirtió en una antisanchista militante, encadenando derrota tras derrota. Arrimadas dimitió y la nueva dirección de dos militantes desconocidos afrontó el fracaso en las municipales y las autonómicas: Cs ha pasado en cuatro años de dos millones a 300.000 votos y de 2.787 concejales a 392. En Catalunya solo le quedan 10 de los 239 que tenía.

En el proceso de autodestrucción, los votos de Cs fueron fugándose al PP, el PSOE y también a Vox, lo que demuestra la difícilmente viable heterogeneidad de su electorado y el doble componente de su base electoral, el desengaño de los partidos tradicionales y el rechazo al nacionalismo. Pero en la última etapa ya solo le quedaban votantes de derechas, que son los que el domingo se fueron en masa al PP. La decisión, pues, de retirarse de la carrera electoral era inevitable una vez alcanzada una situación de irrelevancia. Lo que parece un autoengaño es presentar la renuncia como un paréntesis para volver con un partido refundado en las europeas de 2024. Como ha dicho Francisco Igea, único procurador en las Cortes leonesas y contrario a la retirada, «o un partido se presenta o se disuelve».