Desperfectos
El racarraca de la moderación
Es la forma menos mala de mantener la estabilidad institucional, pero de cara al 23 de julio, de momento, se ha ido a la playa
Valentí Puig
Escritor y periodista.
Una contienda electoral con moderación no sabe a nada. Sin espectáculo, acrobacias, fuegos de artificio y falsas verdades, una campaña electoral queda flácida. Sin estridencias, no se ganan votos. La versión contraria tiene pocos adeptos: parece imposible que la moderación tenga el menor efecto en el mundo loco de la captación del voto. Por eso, ofrecer distintas encarnaciones del centrismo tiene poco futuro. Con el multipartidismo que ha sido la vitamina de toda una generación, hemos vuelto a la dialéctica amigo-enemigo. Los partidos de la nueva política han practicado el desorbitado corporativismo de las inercias políticas.
Bipolariza que algo queda: pero no se constata que la dialéctica amigo-enemigo se instale también en la sociedad, a pesar de los 'reality show', los tuits como balas y de un cambio excesivamente acelerado en las costumbres y las formas. En todo caso se instala la pasividad. Es decir: si una sociedad de trayectoria moderada se aproxima a la polarización es por las prácticas políticas inmoderadas o por un clima mediático de confrontación.
Camuflaje o blandura
La experiencia de defender argumentos moderantistas en España es bastante curiosa: desde la izquierda se considera un camuflaje para el lobo de siempre y desde la derecha, una blandura sin convicciones. En realidad, hemos visto como más de una vez son los puros de espíritu quienes crean los problemas y los moderados quienes llegan luego para solucionarlos. Para quienes consideren que Ronald Reagan era un monstruo, lo cierto es que pronto supo que tenía que liderar desde el centro, después de haber ganado las elecciones sentando sus reales bajo la gran carpa liberal-conservadora. Anduvo siempre construyendo consensos y puentes, incluso con Gorbachov. De hecho, tanta o más firmeza se requiere para gobernar como moderado como para ejercer de radical. No es cuestión de firmeza, sinónimo de gobierno. Es cuestión de prudencia.
Claro está que, si se juzga desde el rifirrafe, la moderación es cosa de blandos, de conservadores a la vieja usanza, de socialdemócratas melifluos o de liberales que flaquean. A pesar de todo, el gran capital de una nación es la moderación rigurosa. Es una moderación que pasa por la contención fiscal, por no gastar más de lo que se gana. Es, también, un estilo político que por definición ha huido de hormas ideológicas. Cánovas habló del moderantismo como "una transacción constante entre principios absolutos". Es la forma menos mala de mantener la estabilidad institucional. Va bien recordarlo antes de subirse a la montaña rusa de unas elecciones generales convocadas para paliar la derrota socialista en las municipales y autonómicas del domingo.
'Fair play' necesario
La moderación es a la vez un modo expresivo que, como cuando se decía que el medio es el mensaje, configura una acción política tendente a escenarios de estabilidad en los que cuaje el 'fair play' necesario. Por el contrario, la inmoderación política opaca el pluralismo en el sentido de que incentiva los extremos, polariza una sociedad que es en sí moderada y desvirtúa los deslizamientos y evoluciones de lo que es, a pesar de todo, la centralidad de un país como España, alternativamente predispuesto al eje centro-derecha o centro-izquierda. Por ahora, de cara al 23 de julio, la moderación ya se ha ido a la playa.
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