Salud mental
¿Curar la depresión o aliviar los síntomas?
Que una técnica como la estimulación cerebral profunda ayude en casos muy graves no implica que pueda generalizarse
José Ramón Ubieto
Profesor de Psicología de la UOC y psicólogo clínico y psicoanalista.
Desde hace algunos años, a partir de las investigaciones del Hospital Western de Toronto (Canadá), otros hospitales –incluidos españoles– utilizan la técnica denominada estimulación cerebral profunda con pacientes que han estado diagnosticados de depresión severa. Se tata de una técnica utilizada previamente con enfermos de parkinson y alzhéimer. Los resultados varían, pero entre un 40-60% de los intervenidos mejoran algunos síntomas (básicamente ideaciones suicidas).
La técnica, que comprende el implante de electrodos dentro de ciertas áreas del cerebro, se utiliza en aquellos casos muy graves y resistentes a otros tratamientos previos (medicación, psicoterapia), y supone un paso más allá de la terapia electroconvulsiva (TEC), también conocida como terapia por electrochoque, con usos similares para tratar cuadros de depresión mayor que no han respondido a otros tratamientos.
Pero, ¿aliviar los síntomas –sin restarle valor a ese efecto que puede resultar muy valioso para muchos pacientes– es lo mismo que curar la depresión? La pregunta tiene toda su pertenencia porque uno de los efectos de las innovaciones técnicas es su aspiración a generalizar el uso a muchos otros casos, calificados como menos graves pero que "podrían beneficiarse": anorexia, autismo, obesidad, adicciones, TOC, síndrome de Tourette… como ya se hace en algunos hospitales alemanes. Y en esa generalización, corremos el riesgo de precipitar actuaciones de difícil justificación para el bienestar del paciente.
El drama del Oxycontin
La industria farmacológica ya descubrió, en su momento, las virtudes de la retórica cuando se lucró generosamente vendiendo productos con nombres sugerentes como antidepresivos o antipsicóticos. Parecía que estos nuevos fármacos (relativamente nuevos) 'curaban' la depresión o la psicosis cuando, en realidad, lo único que hacían, en el mejor de los casos, era aliviar síntomas ligados a esas enfermedades. Y lo hacían con efectos secundarios, más o menos graves.
La implantación de chips o electrodos en el cerebro se perfila como una solución terapéutica en la estela de empresas como Neuralink, de Elon Musk, que ya han recibido autorizaciones para experimentos con humanos. No hay que rechazar lo nuevo, pero sí entender que el malestar psíquico grave tiene tantas formas como sujetos y su curación no es un asunto sencillo. No es conveniente atomizar a ese sujeto en síntomas aislados y atacarlos como si se tratase de una enfermedad común de raíz exclusivamente biológica.
Una visión holística que incluya al propio sujeto permite captar mejor la función que cada uno de los síntomas tiene en esa vida y, de esta manera, evitar que hacer desaparecer uno provoque el derrumbe del sujeto, privado de uno de esos amarres. Que una técnica pueda ayudar en casos muy graves no implica que pueda generalizarse allí donde las personas todavía tienen recursos propios e invenciones para tratar ese mal real que los acosa.
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