Emergencia climática

Captura de CO2 en el golfo de Roses

La reducción del consumo y la transición a las energías renovables son clave para arreglar el desastre que hemos causado

Turbinas eólicas en el mar.

Turbinas eólicas en el mar. / Shutterstock

Pere Roura Grabulosa

Pere Roura Grabulosa

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Con el tiempo he tomado conciencia de la importancia de los ciclos naturales, sin los cuales los combustibles fósiles ya habrían calentado el planeta a un nivel difícilmente compatible con la civilización.

¡Qué suerte que los sistemas terrestres capturen el 29% del CO2 emitido por la humanidad! No hablamos solo de los bosques, que retienen el carbono en forma de madera. El suelo es tan o más importante: como resultado de la descomposición incompleta de los tejidos de las plantas, en el suelo se acumula cuatro veces más carbono que en la atmósfera y los árboles juntos.

¡Qué suerte que los océanos absorban otro 26% del CO2 emitido! La química juega un papel fundamental, puesto que el agua disuelve el CO2 convirtiéndose en unas alcantarillas fenomenales de este gas. La biología también juega. Por ejemplo, parte del CO2 capturado por las algas se acaba depositado en el fondo marino, o el carbono se mineraliza en las estructuras calcáreas de corales y moluscos.

No nos tiene que extrañar, pues, que se insista en el hecho de que los ecosistemas naturales son unos grandes aliados en la lucha contra la emergencia climática. Hay que procurar que la masa forestal se expanda y gestionar el territorio para que los incendios no se propaguen sin control. Hay que incrementar el carbono del suelo con técnicas que remuevan menos la tierra. Se debe evitar la degradación de las áreas marinas costeras para que puedan progresar los prados marinos (como la posidonia) o los corales.

La prioridad

Aun así, no tenemos que olvidar que la causa primera de la emergencia climática no se encuentra ni en los incendios forestales, ni en el retroceso de los prados de posidonia, sino en el uso de los combustibles fósiles. Por lo tanto, tal como recomienda con insistencia el panel internacional contra el cambio climático (IPCC), la prioridad tiene que ser la disminución de las emisiones, y aquí es fundamental reducir el consumo de energía y sustituir estos combustibles por energía renovable.

Esta reflexión viene a cuento porque entre los científicos reticentes con la transición energética ("sí, pero aquí no") se extiende un discurso que, explícita o implícitamente, viene a decir que la prioridad son los ecosistemas naturales. Uno de los grandes comunicadores de este colectivo decía: "La manera principal para protegernos del calentamiento global no es la energía, sino cuidar la biodiversidad”. Valoremos esta afirmación con el parque eólico marino proyectado a Roses.

El golfo de León es una de las zonas del Mediterráneo donde el mar captura más CO2. Con un máximo de 60 toneladas por km2 al año en las zonas biológicamente más activas, sobre los 250 km2 reservados para la eólica, se capturan como mucho 15.000 toneladas. Una cantidad muy grande que, para valorarla, hay que plantearse dos preguntas. La primera, ¿alguien puede afirmar que el parque eólico disminuirá drásticamente esta captura de CO2? Una posición difícil de defender. La segunda, ¿cuáles son las emisiones que ahorrarán los 4,000 GWh (gigavatios hora) de energía producida por el parque eólico? Medio millón de toneladas cada año. Queda claro: el parque eólico compensará con creces cualquier disminución de la capacidad de captura de CO2 que pueda causar al entorno donde se ubicará.

Con este ejemplo, queda patente que la lucha contra la emergencia climática tiene que pasar, primero, por la reducción de las emisiones: reducción del consumo y transición energética en la que la energía renovable desplace a los combustibles fósiles. Si lo conseguimos, los sistemas naturales actuarán durante siglos, como ya lo hacen ahora, para arreglar el desastre que hemos causado durante los últimos 200 años.