Elecciones municipales y autonómicas

Es hora de votar

Hay que votar aunque sea para poder quejarnos luego. Porque, con todos sus defectos, no hemos inventado ningún sistema mejor para gobernarnos

Leonard Beard

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Jorge Dezcallar

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Votar es la fiesta de la democracia aunque me agotan estas campañas electorales interminables, donde unos gastan a mansalva con el dinero de todos y como si no tuviéramos una deuda de 1,5 billones de euros, y otros se oponen por sistema a cualquier propuesta que hagan sus rivales. Y aunque se dice que cada país tiene la clase política que se merece, me da la impresión de que la nuestra se pasa varios pueblos. Faltan debates de altura sobre los asuntos que de verdad importan a los ciudadanos y sobran insultos y descalificaciones, jaleadas por unos medios siempre más atentos a la forma que al fondo. 

Freedom House dice que la democracia está en retroceso ante el avance de autoritarismos y de populismos, y que solo el 20% de la población mundial vive en democracias que no pasan por su mejor momento, porque también se degradan en Europa y en Estados Unidos. A pesar de ello, Samantha Powers acaba de publicar un libro donde defiende que las cosas están cambiando y que la democracia ganará fuerza de nuevo. Lo deseo, pero no acabo de verlo claro porque con inflación y crisis económica se derrumban las clases medias, que son las que siempre pagan los platos rotos, y ganan terreno los populismos (de izquierdas y de derechas, que lo mismo da), que ofrecen atajos y soluciones facilonas y que pretenden encarnar la voluntad popular al margen de las urnas.

Los grandes partidos de antaño necesitan para gobernar el apoyo de otros más pequeños que no dudan en recurrir al populismo aunque sepan muy bien que lo que proponen no es realizable o, aún peor, que pretenden destruir el marco constitucional que les ampara en persecución de utopías inalcanzables con el flaco apoyo popular que les respalda. Se hacen leyes bienintencionadas -no lo discuto- pero mal redactadas, como la que cada día excarcela a delincuentes sexuales mientras rebaja las penas de muchos otros, y desanima ver cómo un acuerdo entre los dos grandes partidos para parchear el desaguisado es recibido con insultos y rasgar de vestiduras. Los que se escandalizan ignoran que la democracia consiste, precisamente, en buscar pactos con los que piensan diferente para hacer avanzar el interés común. Por eso me indigna que no haya todavía un acuerdo para renovar el Consejo General del Poder Judicial o que no haya forma de consensuar una ley de Educación cuando llevamos siete y nuestros escolares pagan la incompetencia de los políticos con una ignorancia que denuncian los informes Pisa. Sin olvidar las prisas por legislar a favor de delincuentes condenados “para apaciguar el problema” con el resultado de desproteger la Constitución. Los ingleses, con una democracia más asentada que la nuestra, saben que no es bueno legislar bajo el impacto de algún hecho, por repugnante que sea, o en favor de algunas personas con nombre y apellidos como hacemos nosotros.

Antesala de las generales

Esta campaña se ve como antesala de las generales de fin de año y en ella se han mezclado temas nacionales con los locales que le son propios. Bildu es un partido legal, siempre es mejor votar que matar, pero parece repugnante pactar con quien lleva a exterroristas en sus listas, y en Melilla, en Mojácar (y otros lugares) han estallado escándalos de compra de votos que revelan el nerviosismo de algunos partidos y siembran dudas sobre la legitimidad del sistema. Para mayor escarnio, con la reciente reforma de la prevaricación y como no hay lucro personal, esos delitos pueden salirles casi gratis a los autores. La corrupción o el racismo, en el fútbol o donde sea, son problemas muy graves que exigen mano firme, tolerancia cero y condenas severas para cortarlos de raíz.

Los votantes se desmoralizan al ver que los políticos viven de la política y no para ella, y que los partidos se han apoderado de la democracia y confunden sus intereses con los de la ciudadanía a la que dicen representar, mientras publican programas de investidura que luego abandonan sin explicaciones... y si no, que les pregunten a los saharauis.

Pero hoy hay que ir a votar aunque sea para poder quejarnos luego. Porque con todos sus defectos no hemos inventado ningún sistema mejor para gobernarnos, el que nos permite elegir a los que creemos los mejores y el que nos permite echarlos cada cuatro años, si pensamos que nos hemos equivocado.