Cita electoral

Un gobierno para la ciudad invisible

Leonard Beard

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Carol Álvarez

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Carmina no votará en estas elecciones, como no lo hizo en las anteriores ni en las otras, llámense municipales o generales, europeas o autonómicas. No hay campaña que la mueva a depositar su voto en una urna porque lo que no hace -y ya van años- es salir de casa: tiene problemas de movilidad, por la edad, y en su finca hay un tramo de escaleras insalvable, solo en situaciones muy excepcionales lo ha sorteado, en volandas, con la ayuda de parientes. Se dirá que si quiere puede, con el voto por correo, con la ayuda de algún familiar o vecino, si no sabe cómo.

Pero si una se mete en su cabeza puede ver que algo hay en el formar parte de la comunidad, en querer sumar tu voz a la de los demás, que apetece mucho menos cuando el entorno no puede cambiar ni eso, que no puedas abandonar el rellano de tu casa. Carmina no está indignada ni especialmente molesta, lo debió estar al principio, pero ahora, envuelta en una capa de resignación, vive los procesos electorales como una realidad lejana, que no va con ella. Vamos, que no es para nada un problema que este domingo no pueda acercarse a su colegio electoral a votar. 

Realidad lejana: los argumentos de quienes no votan giran en torno a un puñado de motivaciones. Que si no sirve para nada. Que si salga quien salga no cambia nada. Que si nunca se cumplen las promesas. Que si nos manda Estados Unidos, o Europa, ni Colau ni Sánchez pinchan ni cortan. "¿República?¿En serio?". 

Hay un ejército de vecinos en nuestras ciudades que no has visto hace mucho en las calles, no te los cruzaste en el autobús, no puedes haber coincidido con ellos en un concierto ni en el médico o el supermercado. Carmina es una de ellas, pero también hay personas como Alejandro, el informático que llevaba tres años encerrado en casa por una crisis mental tras la muerte de su padre y coincidiendo con la pandemia. Salió, sí, por extrema necesidad y con ayuda de los bomberos. Los vecinos intuían sus problemas, ofrecieron ayuda, han vuelto a tender la mano para cuando regrese. A Carmina la ayuda especialmente la vecina, mucho más joven que ella, que hace de mensajera en ocasiones. Vecinos es comunidad, comunidad es pertenencia, es barrio, barrio a barrio se hacen las ciudades. ¿Dónde se ha roto el lazo que convierte a un vecino en un ciudadano?¿Dónde nace el desencanto, la resignación, la desconexión en definitiva de un destino que nos une a todos?.

Ciudadanos en sus pisos que son repúblicas independientes, como decía aquel exitoso eslogan de ikea, el felpudo como frontera y declaración de intenciones. Las elecciones municipales cuentan con más participación que las autonómicas y las generales, porque el votante siente, en general, que su voto único puede tener más influencia en el resultado, como en un sorteo o concurso con menos participantes. Pero que vivas mejor o peor depende cada vez más de guerras en el extranjero que suben los precios de la comida, de inestabilidad de los bancos que dispara los precios de las hipotecas, del miedo que lleva a decisiones conservadoras y con ellas, recortes de empleo, de gasto, de actividad económica, del dinamismo que necesitamos para seguir rodando, creciendo, siempre en movimiento, siempre con el objetivo de mejorar nuestras vidas. La política de proximidad ha de reconectar con la gente.

Los partidos apelan a sus bases, los políticos llaman al voto, y asumen que gobernarán para todos les hayan votado o no. Habrá políticas de izquierdas y de derechas, más o menos progresistas, en la agenda de mandato de quien al fin se alce con el poder. Tendrá que negociar y tejer alianzas, ceder en muchos casos. Pero lo que nunca, nunca, deberá dejar de lado es a la legión de vecinos que viven en los márgenes por una razón u otra, porque en su integración ciudadana está el alma del proceso y el por qué votamos.