Golpe franco

Artículo de Juan Cruz: Las lágrimas del señor Iniesta

La tristeza futbolística

Segarra y Gensana, Pedri y Busquets

Spanish soccer player Andres Iniesta of Vissel Kobe attends press conference

Spanish soccer player Andres Iniesta of Vissel Kobe attends press conference / Franck Robichon / Efe

Juan Cruz

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En la vida de los que nacimos para amar el fútbol como parte de la belleza del deporte, es decir, lo que se juega por jugar y no tan solo para competir, es necesaria la presencia de jugadores como Andrés Iniesta. Desde muchacho él pareció haber nacido para jugar, y no tan solo para competir. Su juego, además, como se decía antes, era de asociación, siempre lo fue. La pelota le quemaba en los pies, y en seguida que podía se la pasaba a otro (a Xavi, por ejemplo, o a Puyol) para que fueran sus compañeros quienes remataran la faena. En momentos gloriosos de su carrera él mismo se encargaba del disparo final (como cuando ganó él solo un partido en Sudáfrica), pero él no era un chupón, o un chupóptero, como decía de otros (no de sí mismo, que podría) José María García.

Esa generosidad de futbolista amateur, que marcó su vida desde la Masía, hizo de Iniesta una leyenda. Las leyendas no se hacen solo porque metan goles, o los salven, sino porque les dan a otros el balón en buenas condiciones para que el juego alcance el poder del gol. De esa manera él le dio al Barcelona y a la selección nacional glorias que son inolvidables. Algunas de esas hazañas son tan inolvidables que con una sola hubiera bastado para que pasara a la historia.

Futbolista fantástico

Pasó a la historia, es verdad, por muchísimas, pues estaba dotado desde los inicios para ayudar a otros a ser mejores futbolistas, y hoy en día cada vez que alguien busca, en los anales o en la relativa actualidad, jugadores de excelencia, el nombre de Iniesta se pone en primer plano, como en otros tiempos se citaban a Kubala, a Di Stéfano o a don Luis Suárez.

Un futbolista fantástico, pues, pero sobre todo un ser humano sobresaliente. En tiempos en que la calidad humana se compra o se vende en función de los goles, o de las bravatas, o incluso sólo de las bravatas, que Iniesta sea un símbolo del fútbol es también un valor que sirve para enseñar en las escuelas. El golferío, de uno u otro signo, termina siendo entre nosotros una parte de la épica futbolística, pues hay muchachos que creen que arremeter contra el árbitro o contra el graderío es parte de lo que tienen que hacer en el campo de juego. Iniesta jamás pudo dar señales de mala educación para demostrar su modo de ser como futbolista. Y así ha sido y así es hasta ahora mismo, cuando se cambia de equipo en Japón para seguir siendo allí, o en cualquier sitio, futbolista. Tan apasionada es su pasión, cuando ya frisa los cuarenta, que llora por ella, suspira por ella, y busca donde sea un club que lo acoja.

El más generoso

En esa pesquisa de futbolista sin club ha derramado, ya se sabe, lágrimas apasionadas. Agradecido desde la infancia a quienes lo acogieron y le enseñaron, ahora pena porque en el equipo japonés no lo ponían, y se ofrece al que ahora le quiera, para seguir jugando. Su caballerosidad le impide culpar a nadie. No se culpe a nadie se titula un relato de Julio Cortázar, que seguramente él no leyó, pero él es de la estirpe de los que no culpa ni a los árbitros, ni al graderío, de ese reloj interno que dice “hasta aquí hemos llegado”.

Él cree que el reloj aun funciona, y quiere seguir. Tiene derecho, igual que tiene historia, y ojalá lo veamos de cerca terminar su carrera como Dios manda, enviando un centro perfecto como cuando solía ser el mejor sobre el campo, y el más generoso.

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