Agua corriente

El amo de la jauría

No te enteras, hermana

La mujer agujereada

In-so-por-ta-ble

Esta semana, la escritora Emma Riverola se pone en la piel de un hombre que, desde las redes, ataca a sus víctimas.

Detenido por acosar sexualmente a 25 jóvenes, 15 menores de edad, en redes

PI STUDIO

Emma Riverola

Emma Riverola

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Hoy eres tú. Hace unos meses no me importabas. Me resultabas indiferente, incluso es posible que no me desagradaras. Pero hubo un día en que te elegí y entraste en mi selecto club de víctimas. Hoy te vuelve a tocar. No sabes cómo voy a disfrutar. Empiezo suave. Un comentario desdeñoso hacia algo que has tuiteado o mencionado o hecho. Soy un perro marcando territorio. Unas gotas de pis aquí y allá. Solo que es una diana la que estoy limitando. La que va a situarte en el centro de los ataques.  

¡Vamos, jauría, despertad! Hoy es ella el objetivo. Ya empiezan los primeros aplausos a mi comentario. Ya hincho el pecho. Muy bien, chicos. Os veo en plena en forma. Seguid así, id haciendo grande la bola de nieve. Qué digo de nieve. Bola de mierda, hablemos claro. Eso es lo que yo hago. Lo que me pone. Y de qué manera. Ya siento el cosquilleo. 

¡Toma ya! Me encanta ese colega. Nunca falla. Es justo el tipo zafio que necesito. Sí, zafio, ya sé que la mayoría de los que ríen mis gracias ni siquiera saben el significado de esa palabra y yo me guardaré mucho de utilizarla en las redes sociales. Cada cosa tiene su lugar. Y aunque uno tiene su cultura, también tiene sus vicios. Y resulta que lo segundo me aporta dosis extras de notoriedad. Así que, ¡muera la inteligencia! ¡Viva la mierda! ¿Quién me iba a decir que acabaría versionando a según quien? 

Tándem perfecto

personaje público

Bueno, ya han pasado un par de horas. Esto se enfría. Ha llegado el momento de soltar otro comentario. Este un poco más hiriente, por supuesto. Miro tu rostro beatífico, de zorra vanidosa, y dejo que me inspires. Es terrible dónde puede llegar la imaginación. Al principio, aún me frenaba. El pensamiento, digo. Si es que yo mismo me asustaba de las imágenes que me asaltaban. Pero, después, todo es dejarse ir, soltarse. Descender. Tiene algo de adictivo la… no sé cómo definirla… ¿depravación? Sí, supongo que tú la calificarías así. Idiota engreída, siempre impartiendo lecciones de moral, siempre creyéndote superior.  

¿Por qué sonríes en tu foto de perfil, imbécil? Te sientes muy segura de ti misma, ¿verdad? Niñata consentida. Pienso en someterte, en hacerte daño, en cubrir de mocos y lágrimas esa cara tuya de suficiencia. Oírte lloriquear, eso quiero. ¿Te atreverás hoy a responderme? ¡Cómo me gustaría eso! Lo hiciste un par de veces. Desde tu atalaya de petulante educación, pretendiste objetar mi comentario. Eres tan estúpida. ¿De veras creíste que esto iba de confrontar ideas? Tan lista, y tan rematadamente boba. 

Me respondiste. Yo te contesté con una de mis mofas geniales y un vómito de insultos te puso en tu lugar. Aún así quisiste insistir. Supongo que tu amor propio te incitaba a continuar. También algunos de tus seguidores se atrevieron a entrar en la batalla. Pero con el segundo envite, todo acabó. Los tuyos se batieron en retirada, con el rabo entre las piernas. Y tú, al fin callaste. Qué preciosidad de silencio. Porque huele a miedo y a mierda, siempre a mierda, a tripas vaciadas de puro terror.  

Aprendiste la lección, nunca más has vuelto a replicarme. Me encantaría verte ahora. Seguro que tratas de no mirar al móvil, pero lo haces. Claro que sí. Y te dices que todo es mentira, que no hagas caso, que solo son las redes sociales, esa ficción entre barra de bar y vertedero. Te lo repites, como la alumna aplicada que eres, pero sabes que no es cierto. Mis escupitajos te impactan en toda la cara. Y yo me río. Me doy golpes en el pecho y exhibo mi poder. Porque tú quizá tienes más reconocimiento que yo y cobras más y sonríes más, mucho más. Pero yo soy el amo de la jauría y tú eres mi presa. Solo quiero machacarte. Me excita tanto.  

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