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Miqui Otero

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Escritor

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Supongo que ellos no irán a votar

No se puede escurrir el mar, ni barrer la playa, pero sí votar a favor de la ciudad por la que querrías pasear

'Superilla' de Sant Antoni, en Barcelona

'Superilla' de Sant Antoni, en Barcelona / Álvaro Monge

Tengo un sueño. Más bien, una pesadilla: estoy en la orilla intentando barrer toda la arena de la playa con una escoba. Después, con el agua por los tobillos, intento escurrir desesperadamente el mar con la fregona, pero las olas tumban el cubo una y otra vez. Entonces me despierto y me doy cuenta de que he entendido qué significa ser alcalde de Barcelona.

Gobernar una gran ciudad es así: tienes que estar atento a grandes operaciones estratégicas, pero siempre habrá quien fotografíe una bosta de perro y te la muestre como enmienda a la totalidad. De forma gratuita.

Imagino que todos aquellos que se han pasado semanas diciendo que, en Barcelona, salías a comprar pipas o a jugar a pádel y te 'okupaban' la casa no se atreverán a salir a votar este domingo por miedo a que se les metan en el piso justo mientras ellos van a ejercer su derecho.

También espero que no lo hagan todos aquellos que sueñan con una ciudad que les permitiera llegar con el Land Rover hasta la urna y cuyos colegios electorales fueran McAutos: temerosos de pillar atasco, harán bien en quedarse en casa. 

Todos esos que no se han cansado de decir que aquí hay más katanas que tenedores y más delincuentes que vecinos supongo que también se guardarán mucho de echarse a la calle en un día como ese, de alto riesgo.

Por supuesto, asumo que no saldrá a votar ese que insulta a las bicis en la ciudad como los perros ladran a los coches en la aldea. O ese otro, defensor acérrimo de los derechos humanos de las Scoopy, que lo primero que piensa al ver una 'superilla' con cuatro jugando al vóleibol es en que ese balón dará en el parabrisas de un BMW o en el ruido que hace cuando bota.

Retórica higienista

He empezado el texto con una pesadilla y, de hecho, tiene sentido soñar con esa limpieza imposible en arena y mar. La derecha siempre usa esa nube léxica (esa retórica higienista) que tiene que ver con la desinfección (limpiar las calles, desparasitar lo público). Además, del mar viene, por ejemplo, el turismo de crucero y en tierra está el principal problema: la vivienda. 

Muy a menudo, las críticas al gobierno municipal son como las que un vecino obtuso presenta al presidente de la escalera, echándole en cara el precio de la luz, que la mayonesa se le corte o que Dembélé invente un pase absurdo. "Aquí no hay quien viva", le dirá, sin calibrar los límites competenciales del acusado.

Una mayor sintonía metropolitana o entre instituciones podría ayudar a abordar lo crucial. Pero es impepinable que, a pesar de campañas mediáticas y persecuciones judiciales, en la última década progresista (y colauista) se ha intentado desacelerar la loca inercia neoliberal, de las primeras moratorias de hoteles o la poda de coches (hay quien los ve como linces ibéricos, en extinción, pero cada día pasaban por el Eixample 350.000) a las últimas propuestas: reducir a la mitad los cruceros o revocar licencias de pisos turísticos y de tiendas de suvenires. Puedes decir que te irrita ese martillo hidráulico o que un día de lluvia perdiste un taxi, pero ningún otro gran consistorio destina más euros anuales por habitante a partidas sociales. Es decir, a ti.

Capital simbólico

Barcelona, en realidad, nunca fue muy poderosa, sino que ha sido a veces próspera y muchas otras, rebelde. Y casi siempre su mejor capital ha sido el simbólico, que con suerte incide en lo humano. De ahí que aplauda que intente ser pionera, a un nivel global, en temas que miran a los ojos de la gente, como la devolución de la calle a sus vecinos: respiran mejor (ha bajado un 30% la contaminación) y se escuchan más (hay menos ruido). Las calles como lugar de encuentro y no como pasillo comercial ni como circuito de karts: esto es, las calles siendo calles. La única crítica a las 'superillas' que entiendo es la que advierte de que podrían acelerar los procesos de gentrificación. Lo que llamo el síndrome 'constrúyelo y vendrán', que es triste y real, pero cuya medicina pasa (y ahí están los deberes) por el concurso de varias instituciones y colectivos.

Se podría hacer mejor, claro, pero solo incurre en la contradicción quien afronta el conflicto y la labor del pionero se suele aplaudir más en el futuro que en el presente. Barcelona, como todos, quedó dañada por una cascada de crisis y quiero pensar que todas las obras en marcha son escayolas y vendas. No se puede escurrir el mar, ni barrer la playa, pero sí votar este domingo a favor de la ciudad por la que querrías pasear otro domingo futuro.

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