APUNTE

No es culpa de Vinicius

Vinicius se queja de los insultos racistas que recibió en Mestalla durante el Valencia-Madrid.

Vinicius se queja de los insultos racistas que recibió en Mestalla durante el Valencia-Madrid. / Reuters

Sònia Gelmà

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No debería ser tan difícil de entender y, sin embargo, aún hay quien pone el acento en el comportamiento de Vinicius. Estos mismos argumentan que nos fijemos en Rodrygo, Rüdiger o Militao, que a ellos no se les hace el gesto del mono. Y así, mezclamos su conducta con la camiseta de cada uno, y del batido nos aparece una justificación innecesaria.

Es un futbolista antipático para las aficiones rivales, cierto. Incluso diría que no es un ejemplo como deportista, se aleja de lo que debería representar y es poco humilde con sus compañeros de profesión. Pero el razonamiento es bastante sencillo: si Vinicius fuera blanco, nadie utilizaría su color de piel para intentar humillarle. Eso es racista, fin del debate.

Insultos intolerables

Los insultos que el brasileño escucha cada vez que juega fuera de casa no son tolerables, resulta vergonzoso. Pero desgraciadamente parece que el fútbol viene a destapar todo aquello que queda enterrado en nuestra convivencia diaria. Cuando nos convertimos en masa, entonces sí, nos comportamos como lo que somos, una sociedad racista, xenófoba, homófoba y machista.

Venimos de un episodio en Cornellá donde unos energúmenos saltaron al campo con la intención de agredir a unos futbolistas que celebraban un título y el siguiente capítulo ha sido lo de Mestalla. Y de no ser por Vinicius, que paró y señaló al inadaptado que le hacía gestos del mono, simplemente hubiera sido un día más en la oficina.

No es el primer estadio donde Vinicius recibe insultos racistas y lo demuestra la Liga, que tardó poco en recordar que ha denunciado hasta en diez ocasiones –el Camp Nou es uno de ellos-- los insultos despreciables hacia el delantero del Madrid. Pero caen en saco roto. Y el resto nos limitamos a lamentar, "ay, esos jóvenes radicales". Hasta la próxima. Porque para educar con la palabra llegamos tarde y castigar nos da pereza. Significaría cerrar estadios. Y eso sí que no, que el negocio está por encima de todo. Imaginen lo que pensarían en el extranjero. Mucho mejor así.

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