Golpe franco
Artículo de Juan Cruz: La tristeza futbolística
Alejandro Zambra: "Es vergonzoso que el aprendizaje de la paternidad sea ahora algo nuevo"
Un padre como Zambra, por Miqui Otero
Juan Cruz
Periodista y escritor. Adjunto al presidente de Prensa Ibérica.
Habrá un día en que Chile se desplazará a Estocolmo, como hizo con Pablo Neruda, para celebrar el premio Nobel que le darán, seguramente, a Alejandro Zambra, uno de los grandes escritores de la lengua española que ahora incuba en México, donde vive, su extraordinario talento. Una muestra de este genio que ha ido creciendo con los años, y ahora con la madurez que le otorga, además, la paternidad, es el libro 'Literatura infantil' (Anagrama), una obra máxima de ternura, afecto e ironía dedicada a contar, casi minuto a minuto, el nacimiento y el desarrollo de su hijo. Obra maestra de la literatura, incluye además un episodio que a los que somos aficionados al fútbol, y además sufrimos por ello, nos conviene tener cerca de nuestros útiles de aplaudir o de llorar.
Confieso que, desde hace unos años, pocos e intensos, no soporto que alguien diga cerca de mi las palabras Bayern u ocho, pues ambas ahondan en una herida que nació hace mil años en Berna, y fueron las palabras ocho y dos, y que no me han sacado de la garganta del alma ninguno de los resultados que luego han sido emblema ganador de mi equipo. Por fin un libro, es decir, un capítulo de un libro, cuyo título parcial es 'Introducción a la tristeza futbolística', me ha aliviado de mi lastre sentimental tan prolongado. Ese libro que Zambra dedica a su hijo consagra a la tristeza que produce el fútbol una de las más bellas de sus incursiones. Esa tristeza futbolística a la que alude es un aliento pernicioso de la afición, no conoce tregua.
Nos pasó con el Barça de Guardiola, el que venció 2-6 al máximo rival; estuvimos años viviendo de esa leche magnífica que fueron las victorias, hasta que un mal fario nos trastocó los planes de la felicidad y esa tristeza que tan bien analiza la lírica chilena de Zambra se metió en nuestra alma como parte indivisible de nuestro ser de aficionados. No diré donde se produjo el vértigo mayor de nuestra decadencia, pero es cierto que ni siquiera el reciente triunfo en LaLiga ha calmado el horrible sabor de haber perdido tanto.
Es lo que dice Zambra en ese texto que salpimenta la crónica general que le dedica a su hijo: “Es un hecho que seguimos experimentando la tristeza futbolística: ha cambiado de forma, pero sigue viva, tal vez más viva que nunca”. Como es quizá el sabio que, después de Borges, mejor coloca los adjetivos, lo que cuenta es lo que nos pasa: “Los especialistas coinciden en que el grado de tristeza futbolística es inversamente proporcional a las expectativas”. Perdemos más en cuanto que esperamos ganar.
Las expectativas de los que somos de equipos grandes, dice Zambra, “son siempre demasiado altas”, así que si el juego es malo y ganamos nos llevamos a casa la melancolía de cierta derrota. Ahora madridistas y barcelonistas podemos reunirnos en los bares que queramos, en Barcelona y en Madrid, a llorar por las leches derramadas, sin rencor, con melancolía. Para llegar a cumplir con ese deber heroico de olvidar la inmensa derrota al madridismo les recomiendo este libro, y no sólo, naturalmente, por lo mucho que tiene de consolación para los aficionados, sino porque la gran literatura siempre cura heridas.
Naturalmente un libro tan bueno, y tan necesario, también ha de tener dentro el recuerdo de una herida. Hay un solo resultado que resalta Zambra entre los muchos guarismos que podía evocar. Y ahí está, viniendo de la nada, el peor de los resultados. Un 8-2 que no sé de dónde lo sacó este chileno que ganará el Nobel quizá al tiempo que el Barça vence por ese resultado, tal vez, al Bayern de Múnich.
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